viernes, 20 de julio de 2007

Las porterias, las mercerías, los turnos de noche y las lecturas.




Hace unos días acompañe a un amigo al suntuoso despacho de un abogado, le iba a asesorar sobre derechos de autor en Internet, gran enigma, y prefirió ir bien pertrechado; había que averiguar qué sabía o qué se había inventado el otro. Cuándo subíamos las escaleras nos cruzamos con una de esas porteras que aún tienen mesa camilla. La portería estaba bien situada, era un seno materno en invierno y una cueva fresquita en verano. La portera era como yo hubiera querido ser.

-¡Que envidia!

Exclamé, y luego tuve que explicarlo.

Durante la adolescencia yo soñaba con ser portera, proyectaba en todas las porterías una aspiración intelectual de clase baja. Leería y leería, saludaría por encima de las gafas, un poco displicente, tendría unas tareas claras y tendría también un montón información confidencial sobre los vecinos. Sigue sin sonarme mal. Me siento capaz de ser una portera discreta. Claro que en aquella época también le tenía un poco de envidia a mi tía Marisa, que pasaba los inviernos sentada delante de la estufa de butano, al fondo de la mercería. Siempre he tenido la sensación de vivir entre intelectuales camuflados. Yo desde niña me había dado cuenta de que cuando entraba alguien en la mercería y no tenía ganas de levantarse porque estaba en lo mejor de un capítulo, decía, con elegancia, mirando por encima de las gafas:

-No, no te lo hemos podido traer, pásate mañana.

De por ahí viene esa frase tan famosa en mi casa, que nos decimos los unos a los otros con frecuencia:

-Cállate, que pareces a la tía Marisa, mira que todo lo sabéis o sino lo habéis leído. (atención a la disyuntiva)

Cuando mis padres tuvieron el bar hacía el turno de dos a seis, cómodo y con refrigeración en verano. Generalmente a las cuatro el bar se quedaba desierto y me sentaba a leer debajo de la refrigeración. Tenía un cliente bilbaino, el vecino de arriba, que no consumía nunca nada, pero no por eso dejaba de ser cliente. Cuando entraba alguien a esas horas intempestivas le decía José, en bilbaino y casi enfadado:

-Deja a la chica, para que te vas a tomar nada ahora, anda vete a dormir la siesta, no ves que esta leyendo.

Esto viene a cuento porque tengo que trabajar cuatro días de noche, no lo había hecho en mucho tiempo. Esta noche ha sido especialmente excitante por ser la primera, me he llevado los “Apuntes 1992-1993” de Elías Canetti, (para currar, mejor poemas o aforismos). Y me ha vuelto a dar un vértigo agradable ir desde la página hasta los otros en décimas de segundo.

A las siete de la mañana, cuando he salido, podía pensar cualquier cosa sobre el mundo, menos que no me daba ni frío ni calor.