Además de las aceras de sol y sombra,
hay una costumbre poblana que no había visto en ningún sitio. Las
mujeres caminan al lado de las casas y los hombres en el de la
calzada. Hay bastantes leyendas que quieren explicarlo: que los
edificios estaban en ruinas y siempre caían piedras, que era usual
tirar el agua por el balcón y sólo quién iba adentro se mojaba.
Hasta me contó alguien que su acompañante le dijo: “ponte
padentro que van a creer que te ando rifando” El asombro de los
poblanos es enorme cuando les cuentas que eso sólo pasa aquí,
siempre habían creido que era una cosumbre universal.
Me siento privilegiada, unos treinta
citadinos entre alumnos y amigos me van enseñando la otra ciudad. La
que no se puede ver como turista. Por otro lado estoy asustada con
una tarea tan ambiciosa: desmaquillar tan vetusto sitio.
Salga lo que salga de ese trabajo
siempre se quedará cojo sin olores. Me encantaría dar un paseo con
los ojos tapados para ir diciendo los nombres de todos los que salen
de cada portón o se reparten por la acera: madera, maíz, cilantro,
quesadillas, jabón, pescado, papaya, sandías, elotes, carbón,
maíz y más maíz y el jabón para la ropa de la infancia Los
sonidos sí pueden recogerse, los gruñidos grabados de un señor que
algo vende a las siete de la mañana, las campanas, (siempre imagino
a la señora que cuidaba este jardín, que ahora se ha llenado de
topos, como a alguien que iba a misa sin ganas) y los pájaros por la
mañana, que se vuelven locos. Y el claxón que me está torturando.
Pero me vuelvo a la ciudad geométrica
en la que siempre tienen prioridad los carros. Lo que más le
sorprendió a alguien que estuvo en España es que cruzásemos los
pasos de cebra “sin siquiera voltearse para ver qué pinche marca
de coche los iba a matar”. Nadie sabe exactamente cuántos
habitantes tiene la ciudad, unos dos millones dicen, sin embargo
parece pequeña, no paramos de encontrarnos, funciona como un imán
el zócalo. No sólo el tamaño, el trazado de las ciudades nos
afecta. La ubicación del centro de poder, la catedral, el gobierno,
ahora es sólo simbólica, sospecho que el dinero se aloja en
edificios muy altos a las afueras, pero la danza humana es circular y
se sigue sintiendo impelida hacia allí.