jueves, 17 de diciembre de 2009

Rafols Casamada



Se ha muerto otro grande, de los que siempre me han hecho compañía.

Es ver un cuadro de Rafols Casamada, aunque esté entre muchos, y ya se me ha ido el ánimo a otro sitio.


Gambito de caballo


Cuando mi padre salía de viaje, que era con cierta frecuencia, siempre nos dejaba claro que no iba traer ningún regalo, que prefería que lo esperásemos a él. Cada vez que se iba repetía lo mismo porque dice que desgastan mucho las falsas expectativas. Como una compensación por el no regalo la noche anterior jugábamos al ajedrez.

En mi casa jugaban al ajedrez mi padre y mi tía Emma, que son los talentos rectores de la tribu, los racionales, y yo miraba las partidas. La última partida fue en Asturias, cuando nos fuimos todos a conocer el mar en invierno, hace ya veinte años. ¡Y duró tanto que ya no han vuelto a jugar!

Cuándo tenía 22 o 23 años me regaló mi padre un ajedrez electrónico, primitivísimo, que emitía muchos pitidos y con el que casi enloquezco. Tengo tendencia a soñar con abstracciones: esta noche, sin ir más lejos, no he parado de perseguir a un cero, ¿damos un paseo hasta ese cero?, me he oído decir, y me he despertado. Aquella temporada fue peor, soñaba con peones que avanzaban y era un alfil acorralado, soñaba que era un caballo y mataba a la reina, que era yo también, soñaba que era una torre y apenas podía moverme. Al ajedrez se le rompió un circuito y yo me recuperé de la neurosis.

Nunca he sido una buena jugadora, ahora llevo mucho tiempo sin jugar, pocas veces ganaba: bastantes expertos coinciden en que lo mío es un problema incurable, no ya de falta de competitividad, sino de ignorancia, que carezco del mínimo conocimiento sobre qué significa. Lo que me gusta del ajedrez es que cuando juegas mucho con alguien terminas conociendo su espacialidad mental, sus arrebatos, sus repeticiones y desarrollando otras que las tienen en cuenta. A veces se me ocurre que jugué demasiado al ajedrez con mis parejas.

Todo esto viene al caso porque ya tengo los planes hechos para estas navidades. Mi padre se ha cansado de jugar con el ordenador, necesita humanos, y nos ha propuesto recuperar el duelo a su cuñada y a mí.