sábado, 6 de octubre de 2012

Volver y conversar





El tiempo y las soledades


Para quien no tiene compromisos es difícil acotar el tiempo, pero es imprescindible. Javier siempre queda consigo los sábados a las cuatro y media.

Quedamos para comer el sábado pasado, pero se fugó con la conversación a mitad.

-Lo siento, pero es sábado. No deberíamos haber quedado hoy, así, sin tiempo, pero tenía muchas ganas de verte. Volvemos a quedar enseguida, cualquier otro día de la semana.

Abuso de confianza.

Me pregunta Luis C.

-¿Cómo estás?

Y le disparo:

-Protegida por una profunda indiferencia interior.

Como consecuencia del pedante aldabonazo tengo que pasar un buen trecho de conversación tranquilizándolo.


El para qué

Siempre aparece muy tarde y casi nunca se parece al objetivo.

¿Para qué estuve grabando lo que sucedía en una gasolinera durante dos años todos los fines de semana?

Para conocer a Inés allí.

Para conocer después a Luis.

Para poder hacer litrona en el parque hablando sesudamente de la verosimilitud. Para que me cuenten con anécdotas pormenorizadísimas Costa Rica. Están recién aterrizados, llegaron ayer y hoy han conseguido un coche para venir a verme: sentirse tan querida nunca es lo de menos. Y también para poder hablar de lo que sucede en este país desde un alto, encaramados ¡por fin!  en muchas colinas : la del parque, la del nómada y la de la enormísima perspectiva  histórica de esos dos parlanchines.

Un inminente de produndis.

Hace poco comentaba que aparecieron pronto los buenos conversadores en mi vida, la primera fue  María Jesús, o Susi, con quién creo que empecé a hablar estando en la cuna. Es una tontería atravesar las rachas de soledad tumultuosa sola.

-¿Por qué nos llamamos tan poco si nos queremos tanto?
-Por eso
-¿Qué cenamos mañana?
-¿Qué más da?