domingo, 13 de noviembre de 2011

Mas nada me reconforta. Aunque es mejor que te pillen mareado tantas vueltas.


La putiada

Llegó la hora de confesar cuánto me ha costado estos años ser empática.

Se convirtió en una perversión levantar las tapas de los cubos de basura de todos los restaurantes. No sólo yo dudé de mi salud mental cuando desembarqué en este país, en navidad, después de convivir bien en serio con el hambre. Pero también fue muy duro que nunca más me haya hablado una amiga que sé quejó de su economía delante de dos nicaragüenses que hambreaban conmigo en Madrid mientras estudiaban el doctorado, ¡se había comprado un coche de cinco millones y por eso iba justa! Entiendo que no me hable ¡qué no le escupiría yo con lo que valoro al Chino y a Mara! Y el Chino llevaba tres años sin ver a su hijo porque no tenía pisto para el pasaje y aún creía en el esfuerzo.

Me he pegado la vida vomitando en encrucijadas económicas, he vomitado en tantas que he llegado a pensar que eran el único argumento.

Era muy difícil entenderos a muchos de vosotros durante estos años. Me resultaba muy difícil entender que os resultara tan sensual ese deslizamiento imperceptible hacia la opulencia. Y aún así era fácil, más fácil que ahora, ser empática. Aunque ya que soy franca, no se os veía felices. Cuando uno se compra coche de treinta mil euros o viaja a un país impronunciable es porque necesita que lo quieran.

De pronto me apetece hablar de muchas, muchas cosas. De las distancias que creó la economía entre Mapi y yo en sólo seis años. Para mi estudiar era un lujo, y llevaba cien pesetas al instituto, para mi hermana estudiar era un castigo y llevaba cinco mil. Esos son otros fosos que no le perdono al capitalismo.

Otros

Son tristes síntomas de nuestra tontería que las más progresistas exclamen

-¡gracias!¡qué maternal!

Cuando les ofreces un huevo frito

Menos mal que siempre hay alguien en casa dispuesto a disparar

-¡Qué maternal ni que hostias! ¡aquí nos cuidamos, aquí convivimos!

¡Es tan triste tener que decirlo! Parece muy sencillo, pero la bonanza ha hecho que olvidemos que convivir es también limpiar la nevera, y se nos suele olvidar porque estamos entretenidos en una conversación para salvar al mundo.

A compartir se aprende ejerciendo. Y lamentablemente pocos hemos tenido ese privilegio. Lo impedía una boyante economía que mezclada con nuestros ancestrales miedos se ha convertido en un mejunje conservador, endogámico y hediondo.

Un lar intemporal

-Tía, ¿te acuerdas de aquel invierno, cuando nos fuimos a vivir a vuestra casa?

-Nos tuvimos que apretujar, sólo en calefacción ahorramos muchísimo

Y entonces se le ilumina esa memoria de la pobreza y cuenta algo precioso; los platos en los que comemos los cambiaron cuando ella era pequeña por trapos. A mi me encanta comer en esos platos, imaginarme todo lo que les cayó y no les cayó encima, a cada uno le ha dibujado el uso un mosaico distinto. Y hay uno que seguimos utilizando más.

-Me temo que será mucho más doloroso. Nosotros no tuvimos que aprender a ser pobres. Lo siento un montón. Buenas noches

Dice la tía Pili, esa lúcida que tan bien me acompaña

Ahora ser empática

es muy doloroso, hoy han sido Nico y Sandra, que acaban de tener una hija, los que se han quedado sin trabajo, ayer María, hace un mes Carlos, ¡cómo no te van a abrumar tantas caras de espanto!

Y lo peor fue cuando alguien fiable me habló de niños con hambre en su instituto.

Lo primero que he visto esta mañana, nada más poner el píe en la acera, ha sido el cartel de un hombre que esta pidiendo. Decía: “mañana serás tú”.

Iba a dar clase, estaba pensando en qué contar sobre la exactitud.

La imagen es de Juan Soriano.