domingo, 22 de febrero de 2015

+William Faulkner, sus ovejas nadadoras.







Contaba William Faulkner cuando le preguntaban que cómo empezó a escribir, que lo hizo caminando con el novelista Sherwood Anderson, su vecino. Parece que daban un paseo todos los días hasta que Faulkner empezó también una novela y desapareció durante tres semanas. Su amigo, preocupado, le preguntó si se había enfadado. Él le contó el asunto. Unos meses después Faulkner encontró en su puerta a la mujer de Anderson que le dijo:

-Sherwood se presta a decirle a su editor que publique tu novela pero con una condición, que a él no se la hagas leer.

Me acordé ayer de esa anécdota que no me extraña. Faulkner es muy absorvente, al menos conmigo, se me traga, y no sólo eso, me lleva a situaciones casi incómodas cuando, como el viernes, se me escapa una carcajada en el tren o sueño toda la noche con ovejas nadadoras.

Parece que a Jackson se le ocurrió finalmente la idea de criar ovejas en aquella ciénaga suya, en la creencia de que la lana crecía como cualquier otra cosa, y de que si las ovejas permanecían todo el tiempo en el agua, como árboles, el vellón habría de ser por fuerza más exuberante. Cuando se hubieron ahogado aproximadamente una docena, las equipó con unos cinturones salvavidas hechos de caña. Y entonces descubrió que los caimanes las estaban atrapando. Uno de sus chicos mayores (debió de tener alrededor de una docena) cayó en la cuenta de que los caimanes no se atreverían a importunar a una cabra con larga cornamenta, así que el viejo cogió las raíces y modeló unos cuernos de unos tres pies de largo y los ató sobre la testuz de sus ovejas. No las dotó a todas de cuernos, no fuera a ser que los caimanes descubrieran la estratagema. El viejo, según decía el piloto, contaba con perder anualmente una cantidad determinada de ovejas, pero de aquel modo lograba mantener bastante baja la tasa de mortalidad. Pronto descubrieron que las ovejas empezaban a gustar del agua, que nadaban de un lado a otro por los alrededores, y al cabo de unos seis meses constataron que no salían del agua para nada. Cuando llegó el momento de la esquila, el viejo tuvo que pedir prestada una motora a fin de perseguirlas y atraparlas, y cuando al fin pescaron una y la sacaron del agua vieron que no tenía patas. Se le habían atrofiado y habían desaparecido por completo. Y lo mismo sucedía con todas y cada una de las que conseguían atrapar. No sólo se les habían esfumado las patas, sino que en la parte del cuerpo que había estado tenían escamas en lugar de lana, y la cola se les había ensanchado y aplanado hasta adoptar una forma parecida a la de los castores. Al cabo de otros seis meses, los Jackson no lograban ponerles la mano encima ni con ayuda de la motora. De su observación de los peces, las ovejas habían aprendido a bucear. Y al año Jackson las veía únicamente cuando de tanto en tanto asomaban el hocico para tomar un buche de aire. Pronto pasaron los días sin que el agua se viera rota por un morro. En ocasiones sacaban algunas ovejas con ayuda de un anzuelo con cebo de maíz, pero sin rastro de lana en todo el cuerpo. El viejo Jackson-según contaba el piloto-empezó a sentirse como desalentado. Todo su capital nadando de un lado para otro bajo el agua...”