El sábado mi cuerpo y yo necesitábamos hacer reposo en un jardín de otoño y el de M Jesús es precioso y enorme, ella lo intuía y me llamó temprano. Creo que “le bon vivre” tiene que ver con trazar rutas, con tener lugares a los volver, esos de los que, aunque pasen los años, nunca te vas del todo
Para reposar, para dejar de tener prisa por completo, para recolocar, es recomendable sentarse en un sitio desde el que se otee el tiempo desde lejos, por eso empezamos hablando de la edad de chopos, lilos, romeros, pinos, acacias, casi todo aquí tiene treinta años, y recordamos cuando empezó a crecer, y hasta quién plantó cada cosa.
La dama del pelo blanco cree que el jardín la ha vencido, sin embargo a mi me gusta esa locura de los dondiegos de colores creciendo entre las baldosas, los laureles rodeados de hijos, las cañas invadiendo el cajero de la acequia y la hierba con caracolas ribeteando una mesa. El jardín es adulto y no se deja ver de una ojeada, todo es robusto y ha conquistado su lugar, y es el campo, campo, pero de pronto aparece un banco debajo de un pino que nos traslada a una postal de película inglesa.
Pasamos casi toda la tarde hablando de plantas y María Jesús, que conoce bien mi jardín, me adelanta buenas nuevas, como siempre, esta vez solamente tiene que señalar un círculo de margaritas de tres metros de diámetro, empezaron siendo tres bulbos que le dio su madre, para que se vuelva a desplegar el muestrario de momentos gozosos que solamente serán posibles en la siguiente etapa.
2 comentarios:
Me gusta mucho ese jardín tan natural. Yo, como la abuela de Proust, abomino de los jardineros que todo lo quieren dominar y cuadricular.
bueno, marta, he sido yo la del comentario, pero he disparado publicar antes de firmar
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