Estas cinco palabras inconexas son el punto de partida para un juego que era muy apreciado durante el Biedermeier. Había que conectarlas ente sí, mas sin cambiar su orden. Y, cuanto más corta era la frase, cuantos menos momentos mediadores contenía en su seno, más interés el de la solución. En el caso concreto de los niños, este juego conduce a algunos bellísimos hallazgos. Porque para ellos las palabras son unas cavernas entre las que conocen extrañas vías de comunicación. Pero demos la vuelta a dicho juego: miremos pues una frase dada como si estuviera construida de acuerdo con la regla de este juego. Así, de golpe, tiene que adquirir un aspecto extraño y excitante. Esto mismo sucede en parte en todo acto de lectura. No sólo el pueblo lee así novelas-por causa de los nombres o de las fórmulas que el texto les presenta-, sino que también el hombre culto está al acecho de ciertos giros y palabras, y el sentido ahí sólo es el fondo donde se alza la sombra que ellos mismos arrojan, como las figuras en relieve. Esto se ve claramente en esos textos que se dicen "sagrados". El comentario puesto a su servicio va extrayendo palabras de ese texto tal como si hubieran sido puestas de acuerdo con las reglas de ese juego y para ser descubiertas. Y realmente las frases que los niños van formando en el juego a partir de las palabras elegidas tienen más parentesco con las palabras propias de los textos sagrados que con la lengua coloquial de los adultos. He aquí un buen ejemplo que muestra cómo conecta las palabras arriba mencionadas un niño que tenía doce años: "El tiempo se agita como una rosquilla todo a lo largo de la naturaleza. La pluma pinta el paisaje y se reproduce una pausa que la lluvia rellena. Y se oye un lamento, porque no hay ninguna fruslería"
Walter Benjamín. La belleza del estremecimiento
No hay comentarios:
Publicar un comentario