domingo, 6 de abril de 2014

¿Se puede aprender a escribir? ¿y a vivir?



 Workman Ryan
 


Esta semana me he encontrado con dos prejuicios sueltos que me apetece rebatir.

Alguien dijo ¿escribes o enseñas a escribir? Y no contesté, aunque tengo argumentos, porque ese día estaba de muy buen humor y lo dijo alguien que me cae bien, pero me quedé rumiando.

Otro día, otro, me dijo que la vida sólo merece la pena hasta los treinta años. Y la afirmación, que provenía de alguien de cuarenta y tantos, también me ha estado persiguiendo.

¿Por qué se supone que no se puede aprender a escribir y a vivir? A cocinar, a pintar, a programar, a coser, a hipnotizar, a hacer el pino, se aprende, pero mire usted por donde, a escribir y a vivir parece que no es posible.

Cada vez me gusta más enseñar a escribir. Recorrer minuciosamente las palabras de otro con otro tiene algo de sastrería, hay que meter la tijera entre lo que quería decir y lo que dijo y conseguir ,primero que no duela, y luego que no se vea la costura. Este trabajo también consiste en diagnosticar las partes del lenguaje que cada uno tiene dañadas y recomendar libros buenos para curarlas. Aprender a enseñar a escribir ha sido un camino largo, he buscado recursos durante 30 años, decidí pronto que eso era exactamente lo que quería hacer(¿el día que me dijo mi madre “deja a la gente en paz, si no quieren leer que no lean”?) Eso de que en las escuelas de escritura se castra a o los alumnos y se les impone un estilo quizá suceda, por aquí es justo al revés, lo que pretendo es encontrar lo que hay de único en cada uno, sino me aburriría.

Últimamente todo apunta desde todos los rincones a la palabra narrar, supongo que de tanto uso van a marearle los sentidos. Alma, la bosnia a la que conocimos estas navidades, terminó de cuajar nuestra certeza de que la narración puede ser una curación y encajaron muchas piezas del proyecto de toda la vida. Cuando oigo hablar de las nuevas narrativas me acuerdo de Walter Benjamín y me hago esa pregunta tan exacta de Carlos Fernández Liria : Qué era preciso conservar, para que siguiera mereciendo la pena cambiar

Por escrito o verbalmente no dejamos de narrarnos. Desde luego no tenía razón el que dijo que la vida no merece la pena después de los treinta, pero hará todo lo posible para tenerla. Lo mismo que yo, que estoy empeñada en contradecirle con hechos. Y es una afirmación pendeja la del titular del país de ayer: La felicidad empieza a los 50, pero yo, que me acerco, no cambiaría por nada lo que he averiguado. Además práctico un revoltijo de relaciones que van de los 20 a los 90 y a todos los quiero mucho, pero no tengo duda: con la edad se aprende a contarse mejor. En cuanto a los dolores, ya sabemos, no hay quien se libre, de los jóvens prefieren  el ánimo y de los viejos el cuerpo.

P. D. Un ejemplo.María Jesús que tiene 60 no tenía fuerza para subir las persianas y estaba aterrorizada. Ahora que Concha es su médico ya puede, los médicos que son amigos curan más rápido. Y sufre porque no podrá segar la hierba, pero su sabiduría ha convertido la casa en la casa de la hortaliza y la palabra, hortelanas sobran para cortar el césped a cambio de oírla perorar.

1 comentario:

Julia de los Rios dijo...

La vida merece la pena cada día que decidamos ser felices, sin importar la edad. Es verdad que de más jóvenes tenemos una fuerza y según nos hacemos mayores aparecen más dolores, pero con la edad, con la vida, con cada experiencia aprendemos muchísimo y nos hace que seamos personas más sabias y ricas que además evolucionamos más si compartimos todo eso!!! Podemos vivir, escribir, enseñar y aprender.