El Colatino salía por la
tarde, lo escribía casi entero el Tibu y la niña Lilian lo vendía
sentada en el peldaño de la esquina del cafetín de letras. Cuando
la veíamos al fondo de aquel pasillo, tan menuda y siempre, se nos
salían frases como: “Mirá Lilian vos, parece un regalo
liliputiense” o bien “¿creés que la Lilian es La Maga de
vieja?” Y también, cuando pasaba algo: “vayamos a dónde la
Lilian y ella sabrá más” y sobre todo “está donde la niña
Lilian”.
Es verosímil que La Maga,
ya madura, decidiera apostarse en la puerta de una universidad
eternamente, y aprender y aprender de los estudiantes. Hay un
sedentarismo absoluto que es rico y complejo. Todas las potencialidades parecen estar en el lado de los viajeros, pero
como bien sabía Perec, también el tiempo y el espacio son infinitos
en la plaza de Saint Sulplice.
Yo puedo imaginar a
Lilian quieta, protegida por su peldaño, invisible, viendo terremotos, saqueos, ejecuciones y las tomas militares.
Hacía un sol del demonio
en el peldaño de Lilian a las dos de la tarde y, aunque su análisis
del día era un guiso perfecto de rabia y potencia yo, tonta que
tonta, me iba a la sombra del cafetín dónde me encontraba al Pinche
Buey subido en un palo de mango y repitiendo la cantinela monótona del Pinche “mal eh, jo mal,
muy mal” Pero, ni modo, a media tarde volvía, o a la noche, cuando
Lilian tenía muchos pupilos y su sonrisa era aún más niña.
P.D. No imaginé que volvería a saber de ella y la necesitaría para describir este encuentro. Esta manera triste de reconfortar que tienen las despedidas.
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