lunes, 31 de marzo de 2014

Pocos le sacaron más partido a la geometría: mi pequeño homenaje a O. Paz.




Yo recuerdo siempre a Octavio Paz como a alguien que me abría la ventana; me descubría conceptos fundamentales y oreaba el ambiente. A lo largo de la vida te vas quedando en sitios de los que nada te puede arrancar: en la caseta de la feria del libro una tarde lluviosa en la que compré “Las ruinas circulares”, en un poema de “Piedra de sol” mientras esperaba que José Marí trajera un té en el interfacultades, en una revelación que provenía de “El laberinto de la soledad”cuando ya era demasiado tarde. También le debo a Paz haber tenido como héroe a Marcel Duchamp a los veinte y pocos. Y los números de la revista “Vuelta” que me mandaba el tío Clemente desde Monterrey: Paz era lo que prefería después de cuarenta años en México y estaba contentísimo de tener una cómplice. Y “La Llama doble” y el Amor Cortés, y Sor Juana.

Pero sobre todo recuerdo muchas veces que Paz habla de un árbol que crece dentro de su habitación. No encuentro el texto, ni encuentro las ruinas circulares, estará allí, pero esa imagen me persigue. 

Habrá que elegir un poema:


Más allá del amor

Todo nos amenaza:
el tiempo, que en vivientes fragmentos divide
al que fui
del que seré,
como el machete a la culebra;
la conciencia, la transparencia traspasada,
la mirada ciega de mirarse mirar;
las palabras, guantes grises, polvo mental sobre la yerba,
el agua, la piel;
nuestros nombres, que entre tú y yo se levantan,
murallas de vacío que ninguna trompeta derrumba.

Ni el sueño y su pueblo de imágenes rotas,
ni el delirio y su espuma profética,
ni el amor con sus dientes y uñas nos bastan.
Más allá de nosotros,
en las fronteras del ser y el estar,
una vida más vida nos reclama.

Afuera la noche respira, se extiende,
llena de grandes hojas calientes,
de espejos que combaten:
frutos, garras, ojos, follajes,
espaldas que relucen,
cuerpos que se abren paso entre otros cuerpos.

Tiéndete aquí a la orilla de tanta espuma,
de tanta vida que se ignora y se entrega:
tú también perteneces a la noche.
Extiéndete, blancura que respira,
late, oh estrella repartida,
copa,
pan que inclinas la balanza del lado de la aurora,
pausa de sangre entre este tiempo y otro sin medida.




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