Lado Tevdoradze
Él ha dicho:
(...)Quienes creen que el encanto es algo fácil, son fáciles
presas del cinismo reactivo cuando el encanto revela sus grietas o deja de
manifestarse. En el desencanto, como en una mirada que ha visto demasiadas
cosas, se da la melancólica conciencia de que el pecado original ha sido
cometido, de que el hombre no es inocente y el yelmo de Mambrino es una vacía. Pero
se da también la conciencia de que el mundo de vez en cuando es tan encantador
como el Edén, de que los hombres débiles y malvados son también capaces de
generosidad y amor, de que un cuerpo efímero
y mortal puede ser amado con pasión y el yelmo de Mambrino, aun
inencontrable, refleja su resplandor en las cazuelas oxidadas. El desencanto es
un oximorón, una contradicción que el intelecto no puede resolver y que sólo la
poesía es capaz de expresar y custodiar, porque dice que el encanto no se da
pero sugiere, en el modo y en el tono en que lo dice, que a pesar de todo
existe y puede reaparecer cuando menos se lo espera. Una voz dice que la vida
no tiene sentido pero su timbre profundo es el eco de ese sentido. Fue la ironía
de Cervantes, que desenmascaró el fin y la torpeza de la caballería, la que
expresó la poesía y el encanto de la caballería.
El desencanto que corrige a la utopía refuerza su elemento
fundamental, la esperanza. ¿Qué es lo que puedo esperar? Pregunta Kant en la Crítica
de la razón pura. La esperanza no nace de una visión del mundo tranquilizadora
y optimista, sino de la laceración de la
existencia vivida y padecida sin velos, que crea una irreprimible necesidad de
rescate. El mal radical-la radical insensatez con que se presenta el
mundo-exige que lo escrutemos hasta el fondo, para poderlo afrontar con la
esperanza de superarlo. Charles Pegury consideraba la esperanza como la virtud
más grande, precisamente porque la propensión a desesperar está tan fundada y
es tan fuerte, y porque es tan difícil, como dice en su "Portico del misterio de
la segunda virtud", reconquistar la fantasía de la infancia, ver como todo se va
desarrollando y sin embargo creer que mañana irá mejor.
La esperanza es un conocimiento completo de las cosas,
observa Gerardo Cunico, no sólo de cómo estas aparecen y son, sino también de
aquello en lo que se tienen que convertir para conformarse a su plena realidad
aun no desplegada, a la ley de su ser. Se identifica con el espíritu, como
enseña Bloch, y significa que tras cada realidad hay otras potencialidades que
hay que liberar de la cárcel de lo existente. La esperanza se proyecta en el
futuro para reconciliar al hombre con la historia., pero también con la
naturaleza, esto es, con la plenitud de sus propias posibilidades y pulsiones. (…)
Claudio Magris.
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