Una palabra mágica: endocrino.
Tengo
una amiga con éxito. Yo creo que
merecido, pero eso no le aporta un ápice de importancia más. Yo ya sé lo que me
digo. El caso es que esa amiga que triunfa huele mal. Yo nunca lo había notado y
cuando lo oí la primera y la segunda y la tercera vez me hice la loca, que es
algo que se me da tres bien. Pero hace unos meses hubo un día en el que
tres personas me lo dijeron de un solo, en cuarenta y ocho horas. Tres personas
que si no la apreciaban, la hubieron apreciado, y los tres lo dijeron sin
maledicencia, sabiendo que yo la quiero,
c´ est veut dire, lo dijeron de verdad, que es peor.
Pasé
tres meses caminando con mi madre por las mañanas y ese fue uno de los más
profundos temas de conversación: ¿Se lo debo decir? ¿Cómo no odiar al mensajero
de tu hediondez? Y nos atravesaba la memoria de los hedores de mucha gente, y no había juicios, nunca se mencionó la higiene
como causa, la Arse
es muy fina y recita:
-Eso
son problemas que soluciona un endocrino, pero uno tiene una perdida progresiva
de la percepción. Vaya, que no se entera. Con lo psiquiátrico pasa mucho también,
que te vas por la barranquilla poco a poco, y ni cuenta.
Y mi
madre insistía en que lo mejor era un anónimo. Un anónimo respetuoso en el que apareciera
la palabra endocrino, sugería. Lacónico, exclamaba. Pero con cariño,
fantaseaba.
-Anónimo
sin remedio, le diría yo, pero que te conste que de un anónimo que te quiere bien
y que sabe que más vale un trago amargo si nos beneficia. Necesitas un
endocrino.
Soluciona
ese problema del olor.
Redactaba
ella por la campiña. Y se reía y se ponía muy grave después.
-Díselo,
nos tocan responsabilidades, díselo y luego que ella haga lo que quiera.
Aún no se lo he mandado porque no puedo escribir anónimos. Aunque a veces no me
faltan ganas algún problemilla ético me lo impide.
Pena y miedo
Esta
mañana en la caixa estaba yo intentando llamar a mi papa que está malo y tengo complejazo de Electra, cuando he oído.
-Y tú
vete, que hueles mal
No es
explicable ese tiempo chicle, esos segundos que se estiran infinitamente mientras
recitas que no es posible, y te das cuenta de que el aspecto del señor que
acaba de articularlas resultaba inocuo hace unos segundos y se ha convertido en
siniestro. Que el pantaloncito blanco y las gafas oscuras y la voz de pito son
los propios de alguien que le dice a un africano que huele mal, y que no los
hubieras podido identificar antes.
Después
del segundo eterno me he metido entre el africano y el viejo para separarlos, y
me he dado cuanta de que llevaba mucho rato en marcha la provocación. A veces
confío en mi voz, le he ordenado al viejito que se callara y lo ha hecho hasta
que el chico negro ha vuelto a la fila. Entonces ha vuelto la burra al trigo y
yo le he amenazado con llamar a la policía por sus insultos racistas. El chico
no ha podido más y se ha vuelto a encarar contra él, otro africano se ha puesto
a gritar desde la puerta, una chica árabe embarazada ha repetido cállese por
favor y se ha puesto a llorar. El viejo seguía insultando. Ha salido el director
de la sucursal. Yo seguía en medio intentando calmar a los africanos. El viejo
los perseguía con ganas de conflicto. Cuando el guirigay iba en crescendo ha
llegado la guardia civil, que ha tratado al viejito y a los africanos con el
mismo rasero, pero en un rapto de inspiración nos han recordado a todos que éramos
seres humanos. Sólo yo les he dado el carnet para acudir como testigo. Otra
señora, que ha llegado a mitad de función acompañada por una chica africana, me
ha estado sujetando con la mirada. Todos los otros eran zombies que murmuraban
apoyando ¡al viejo!
Ha
vuelto la fila a la normalidad y entonces ha empezado la segunda parte de la
función.
Como empiezan
estas funciones, primero de dos en dos, el murmullo de los opinantes, y luego
un portavoz atrevido que me dice:
-Si
tanto te gustan llévatelos a tu tierra
Y la
señora que más defendía al provocador dándoles la idea para girar el discurso:
-Si no
era más que una broma, lo que pasa es que no nos entienden a los andaluces.
A
partir de ahí unas veinticinco personas han empezado a declarar lo especiales
que son y lo orgullosos que están de ser
andaluces. Y a contar anécdotas absurdas sobre lo habitual que es por aquí
decirles a los demás que huelen mal. Y de vez en cuando se ponían amenazantes y
alguno exclamaba “que se vayan a su tierra” Sólo aquella señora rubia, que
ahora era un ángel rubio, se ha puesto a mi lado hasta que me ha tocado el
turno. Cuando la cosa se ponía más fea ha levantado la voz y ha dicho dos
palabras:
-Me
dais pena y miedo.
4 comentarios:
Me ha encantado lo del tiempo chicle. Precioso texto el que nos regalas.
A mí también me dan pena y miedo.
Vente al norte. Es más, no lo pierdas nunca. Beso evawheel
Me ha encantado lo del tiempo chicle. Precioso texto el que nos regalas.
A mí también me dan pena y miedo.
Vente al norte. Es más, no lo pierdas nunca. Beso evawheel
No mujer, tomar la parte por el todo cuando sólo partes hay, no se puede. Esa anécdota no es el sur, y lamentablemente es ubicua.
Y que también está bien perder el norte, creo.
Lo peor no es el animal, lo peor-peor es la manada y ese acuerdo de voluntades en la barbarie, que, paradojas de la vida, como sabemos, etimológicamente significa extranjero.
Y me alegro de que los cuerpos del orden hayan intentado poner paz, sino así justicia; pero bueno, en un primer momento, va bien empezar por la paz.
Sobre tu amiga y el endocrino, no sabría decirte cual es el mejor modo. A lo mejor con esta entrada en el blog ya se da por aludida. (A lo mejor ibas tú por ahi).
Besos, María José
Publicar un comentario