Nunca sé pronosticar que va a pasarme, un buen ejemplo ha sido este, llamémosle accidente, que me tiene amarrada al sofá desde hace dos semanas.
Inés me pidió que fuese por la mañana a su casa, iban a ponerle el gas. Me gustó haber ido, aunque llovía a cantaros, me gustó la casa nueva y el lugar, cerca del mercado. No sé si para conocer bien a alguien es necesario conocer a sus padres o su casa, pero sospecho que es recomendable conocer sus libros y yo no había visto aún los de Inés, que ese día seguían en cajas. Sin dudarlo me tiré a suelo y pude comprobar las buenas lecturas que asisten a esa buena pensadora. Estaba en pleno fragor eligiendo qué llevarme cuando encontré un volumen de artículos de Max Aub que ha traído de México (Legado Periodístico 1943-1972). Dejé todos los demás, lo envolví con la bufanda para que no se mojara y me vine a casa. Desde entonces no he podido dejar de leer hasta terminar esas novecientas páginas.
Conocí a Max Aub a los quince o dieciséis años gracias a un intento de seducción colectiva. Un madurito, al que entonces consideré lector inofensivo de Lolita (era una resabida y acababa de leer la novela de Navokov) y ahora consideraría un pederasta, nos perseguía a todas las chicas de la cuadrilla, indiscriminadamente, ni elegía (“elegir es levantar a uno del polvo que a todos nos forma", decía Max Aub). Nos llevaba tantos años y tantas picardías de ventaja que era interesante observarlo y ver cómo encontraba a la primera el talón de Aquiles de cada una de las otras. Yo creía que no me iba a tocar el turno, que iba a seguir de voyeur, hasta que un día me regaló Jusep Torres Campalans. No caí en las redes del seductor a pesar de lo que me deslumbró aquel acierto, pero caí rendida en las de la impostura y en las de Aub, y ahí sigo.
Años después me sacó el autor de un gran atolladero. Estaban acabándose las relaciones con “los amigos de siempre” y yo alguna punzada de culpabilidad tenía (aunque siempre me dijo el maestro, “preocupante lo tuyo, ya tienes una edad, no me cuadran tantos amigos íntimos en tu pueblo”) Entonces Max Aub en algún Campo, creo que en el de Marte, me dijo, sólo a mí, justo a tiempo, que las amistades que se adquieren demasiado pronto, por aquello de "aquí estábamos desde el principio", ni suelen ni deben durar, ¡cómo no van a provocar conflictos y confusiones si no son elegidas!
Ahora que acabo de salir de este libro de novecientas páginas no sé explicarme del todo por qué no podía dejarlo mucho rato: he llegado a interesarme por la interpretación de una actriz o de una compañía de segunda a mitad del siglo pasado en México, he pasado de las minucias de un decorado (pero era de Juan Soriano) a un artículo de veinte páginas sobre las razones del coronel Prim, de los elogios a Judas, a la fealdad, al impudor, a la diversidad o a los contrarios a “Las noticias de todas partes” o las sesudas críticas a novelas inglesas cuyos autores ya nadie recuerda.
Esta vez no sólo le he prestado atención a Max Aub, también a aquel lenguaje; más rico, más espabilado, más valiente, menos parvulario o menos explicativo, más activo, sin tantas repeticiones, o al menos con otras. ¡Que triste nuestro magma verbal! me he dicho al cerrar el libro y terminar con el delicioso autosecuestro
P. D Para muestra de la valentía y el gracejo ahí va el comienzo de una crítica:
Este triste de don Pío acaba de publicar un libro de versos. Versos escritos en París por los años 40 ¿1800-1900? A Baroja todos los hombres -él aparte-siempre le parecieron estúpidos. Tontos de más o menos que se pasan el tiempo diciendo o haciendo imbecilidades, que él tiene que soportar Así nunca escribió más que en primera persona para darse el gusto de imprimir sus reconcomios y rencores. No supo, o no quiso saber, del amor, sino de las supersticiones; de la pasión política, sino de las intrigas; de la amistad, sino de la traición, etcétera.
Esto lo llevó a regodearse en la descripción de los suburbios de todo lo humano, de los residuos, del cascajo, de los barrios de extramuros, de los montones de basura, de las ruinas, de los fracasos, del rendimiento.
5 comentarios:
A mí las seis novelas de El laberinto mágico de Max Aub me marcaron, de verdad. Con sus aciertos y sus defectos, fue una de las veces que más convencido me sentí de estar leyendo literatura de veras
Ahora entiendo por qué no podías quedar esta semana: estabas secuestrada por Max Aub...
No me hagas esto Miguelito, que soy muy baturra y me las releeré
¡Me has pillado Paula! De la semana que viene no pasa. Ahora será más fácil elegir restaurante porque en ninguno se puede fumar
A Max Aub se le caerñia la baba. Por cierto acaba de salir en Cuadernos del Vígía un libro de artista suyo se titula Juego de Cartas. Los dibujos son de Jusep Torres Campalans.
Casi se me pasan todos los males con tu exageración. Gracias. Buscaré el libro
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