Escuchar tanto me atora, me voy a la
cama con muchas otras voces y cuando me pongo a escribir no sé por
dónde empezar y lo dejo.
Por otro lado pienso muchas cosas, que
decía mi abuela. Demasiadas. Pero crecer es así, te vas a la cama
con fiebre y al día siguiente te levantas con diez centímetros más,
entonces hay que estar muy atento y empezar a aprender el mundo desde
otras distancias.
Podría coger algún hilo: la
escandalosa campaña electoral Poblana, por ejemplo. Y eso que no hay televisión
en casa. No me extraña que después cualquier desatino me parezca
posible. Por ejemplo, el gobernador hace que todos los taxis y
autobuses lleven su cartel electoral, pero además les cobra 50 pesos
por cada cartel. Aquí todos los secretos son a voces. Allá dónde
mires hay un entuerto que todo el mundo conoce y denuncia soto voce,
pero ninguna respuesta articulada. Ahora los mayores hablan mucho del
olvidado afán y se acuerdan de La Plaza de las Tres Culturas. Una
noche me trajo un taxista majísimo de esa generación: era
arquitecto y su padre había sido tornero, me repitió muchas veces.
Podía señalar cada nido de ratas corruptas y explicar porque se
diseñó así cada puente. Tengo que llamarlo, quién me va a contar
mejor la ciudad que un arquitecto-taxista que todavía no se ha
curado del 68.
¿Y escribes? Me pregunta la niña
Blanch, y le digo la verdad, ni me da tiempo a tomar todas las notas.
Menos mal que existe la 11 y el Lado B.
Articulado y sin parar de dar satisfacciones. El martes nos fuimos de
comida elegante unos cuantos. ¡Se aprende mucho más en una comida con Sam, Ambar y Tuss que en cientos de horas de navegación. El fin de
semanda también estuvo chido. El viernes me fuí a una fiesta con
Juan en la que nadie tenía más de veinticinto, pero como no había
espejos... Lo mejor, eso sí, fue la vuelta a casa, nunca había
paseado por Puebla cuando no hay nadie, y es imprescindible conocer
al personaje deshabitado.
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