Contratamos a un jardinero para podar y
vino el caballo de Atila. Cortó todos los girasoles, que ya nos
llegaban a la rodilla, cortó agapantos, dientes de león, mis
guisantes y todas las orquídeas de la viejita. ¡Qué manía con que
el mundo parezca un campo de golf! Han florecido los rosales pero no
es lo mismo levantarse y no tener el tiempo lento la savia, el
estirón de un guisante, para calcular.
Apenas he conquistado la ciudad, pero
conozco el barrio. Conozco a la señora que vende tamales a las seis
todas las tardes, a los fruteros, hoy he estado de charla con ellos
mientras elegía parsimoniosamente tres kilos de jitomates, a los de
la herboristería, a Mónica, que ya llama al tocino panceta y sin
palabras me pone un cuarto. A Miriam, la de la tiendita, paso sobre
todo a comprarle carcajadas. He reflexionado mucho y tampoco quiero
discriminar a los chicos del super, otros qué se saben lo que
compro de memoria y bromean conmigo.
Tengo la impresión de tener una vida
secreta, más desde que conozco a esas dos de la foto. Hacen unas
chalupas impresionantes y ya nos hemos
muerto de risa juntas viendo el serial un par de veces.
Los martes voy a comer con Lado B a un
convento precioso, como el lunes hubo dos intoxicadas en la plantilla tuvimos dudas sobre volver o no, me gustó mucho la resolución: “no
nos van a intoxicar todos los días buey, volvamos”
No hay comentarios:
Publicar un comentario