Comenzar el curso ha sido como volver a
llegar a México, esta vez de verdad, estar en algo, tener el tiempo
medido, tres meses, para concluir ese guiso que lleva años
cociéndose. Mis alumnos no son todos periodistas, hay una abogada
que ha trabajado con Amnistía Internacional, una fotógrafa que da
clase en bachillerato, un filólogo que trabaja como periodista y
está escribiendo una tesis sobre literatura y periodismo, una
periodista que estudia derecho, una jovencísima periodista de Huesca
y Tuss, que maneja todos los recursos de edición habidos y por haber.
Después de la clase nos tomamos una
cañita juntos y alguien me preguntó qué me había gustado más de
México, lo tengo muy claro: las mujeres y Lado B. No hace falta ser
feminista para saber que las mujeres que piensan juntas (y los
hombres que las acompañan) van a cambiar el mundo, ojalá
desaparezca pronto esa palabra tan fea, “empoderarse”, porque ya
no hace falta. Por otro lado no soltamos los pucheros; son los que
conducen la narración: el jueves Laura me enseñó a preparar chile
poblano con crema, elote y quesillo envuelto con una elegantísima
tortilla de maíz azul (nos lo terminamos Juan y yo de madrugada,
Laurita, y nos estalló el paladar en direcciones beatíficas) La
cocina poblana es de otro planeta, densa, barroca, laberíntica,
hubiera hecho las delicias de Lezama y está haciendo las mías,
también hicimos tortilla de patata para su cumpleaños. Ayer le
enseñé a hacer paella a la madre y la tía de Juan y a María
Dolores, una española que lleva veinticinco años viviendo aquí.
Nos encontramos a las doce de la mañana y a las doce y media,
cortando pimiento y cebolla, ya nos habíamos reído mucho, a la una,
mientras dábamos vuelta al sofrito abrimos la primera cerveza y ya nos
habíamos contado los nodos de nuestras cuatro biografías,y ya nos
queríamos cuando echamos el arroz a las dos y media, y ya nos
habíamos dicho lo esencial cuando llegaron los platos a la mesa a
las tres. Tiene razón Carlos, no conoces a alguien hasta que no
conoces a sus padres, y le sobran razones a Juan cuando dice que su
madre es sabia. Los privilegios son para aprovecharlos así que no
fuí a Guacamaya ni al concierto de Pablo, me quedé aquí
platicando hasta las doce de la noche con Lolita que me regaló
muchas maravillosas historias y valiosísimas orientaciones. Debería
haberme levantado a las seis de la mañana para ir a una marcha en la
Sierra Norte pero me he dormido, cuando ha llegado el mensaje de
Samanta ya era tarde, y estaba soñando con mi madre.
Nunca se acaba la gastronomía, Uvalle,
un hombre de negocios con muchas franquicias, se ha enamorado de las
bolas de bacalao del tío José María, que por fin me salieron. Voy
a fantasear un rato con que invade con ese el platillo México y me
queda una pensión.
Recuerdo mucho desde aquí lo
desesperada que es la literatura que se escribió a la orilla del
Popol.
No sólo “Bajo el Volcán”, también
“Las memorias de abajo” de Eleonora Carrington, desde Santander y antes de aquí, cuentan procesos de
disolución terribles. Imagino que la energía del volcán más
grande nos vapulea en muchas direcciones,cada día parece un
mes. El martes probablemente fue el más largo de la semana, después de salir de
mi grieta me colé en otra. Fui a visitar a Lado B, que se han
trasladado a la 11 dejando la casa muy vacia (Mely siempre me dice la
señora del té pero ahora me va a empezar a decir la señora del
carrito). Hubo un error con la dirección, en la que tenía había una viejita en la puerta haciendo tamales y era un edificio casi
derruido. Me puse baturra, insistí e insistí y a la tercera me
dejaron pasar. Pocas imágenes de intrusa más deplorables que la
que tuve de mí misma cuando atravesaba aquel laberinto de bajareque
para desembocar en una ruina habitada por tres familias. Desde el
principio me ladraron los perros rabiosos en la azotea, los contenía una
niña limpia y planchada, con uniforme escolar, que parecía
flotar sobre las vigas. Después apareció una señora a la que ya no
le pregunté, sólo le dije que me había equivocado y le pedí que me
acompañara a la salida. Lo hizo bien encachimbada, ¿quién era
aquella estúpida señora del carrito que había sido testigo de
su situación? La pobreza límite no soporta testigos, mantener la
dignidad y el uniforme planchado es lo único que queda. Mira que ganas de comerte tienen estos perros, me dijo
mientras me llevaba de vuelta. Ayer, Dolores, que ha sido monja y
ahora es esposa y madre en este lugar, me contó que todos esos
vestigios históricos, esas ruinas deliciosas para turistas,son
compradas y vendidas, generalmente entre políticos, y arrendadas a
quienes menos tienen.
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