domingo, 10 de abril de 2016

Me volvió el habla.





Comenzar el curso ha sido como volver a llegar a México, esta vez de verdad, estar en algo, tener el tiempo medido, tres meses, para concluir ese guiso que lleva años cociéndose. Mis alumnos no son todos periodistas, hay una abogada que ha trabajado con Amnistía Internacional, una fotógrafa que da clase en bachillerato, un filólogo que trabaja como periodista y está escribiendo una tesis sobre literatura y periodismo, una periodista que estudia derecho, una jovencísima periodista de Huesca y Tuss, que maneja todos los recursos de edición habidos y por haber.

Después de la clase nos tomamos una cañita juntos y alguien me preguntó qué me había gustado más de México, lo tengo muy claro: las mujeres y Lado B. No hace falta ser feminista para saber que las mujeres que piensan juntas (y los hombres que las acompañan) van a cambiar el mundo, ojalá desaparezca pronto esa palabra tan fea, “empoderarse”, porque ya no hace falta. Por otro lado no soltamos los pucheros; son los que conducen la narración: el jueves Laura me enseñó a preparar chile poblano con crema, elote y quesillo envuelto con una elegantísima tortilla de maíz azul (nos lo terminamos Juan y yo de madrugada, Laurita, y nos estalló el paladar en direcciones beatíficas) La cocina poblana es de otro planeta, densa, barroca, laberíntica, hubiera hecho las delicias de Lezama y está haciendo las mías, también hicimos tortilla de patata para su cumpleaños. Ayer le enseñé a hacer paella a la madre y la tía de Juan y a María Dolores, una española que lleva veinticinco años viviendo aquí. Nos encontramos a las doce de la mañana y a las doce y media, cortando pimiento y cebolla, ya nos habíamos reído mucho, a la una, mientras dábamos vuelta al sofrito abrimos la primera cerveza y ya nos habíamos contado los nodos de nuestras cuatro biografías,y ya nos queríamos cuando echamos el arroz a las dos y media, y ya nos habíamos dicho lo esencial cuando llegaron los platos a la mesa a las tres. Tiene razón Carlos, no conoces a alguien hasta que no conoces a sus padres, y le sobran razones a Juan cuando dice que su madre es sabia. Los privilegios son para aprovecharlos así que no fuí a Guacamaya ni al concierto de Pablo, me quedé aquí platicando hasta las doce de la noche con Lolita que me regaló muchas maravillosas historias y valiosísimas orientaciones. Debería haberme levantado a las seis de la mañana para ir a una marcha en la Sierra Norte pero me he dormido, cuando ha llegado el mensaje de Samanta ya era tarde, y estaba soñando con mi madre.


Nunca se acaba la gastronomía, Uvalle, un hombre de negocios con muchas franquicias, se ha enamorado de las bolas de bacalao del tío José María, que por fin me salieron. Voy a fantasear un rato con que invade con ese el platillo México y me queda una pensión.

Recuerdo mucho desde aquí lo desesperada que es la literatura que se escribió a la orilla del Popol.
No sólo “Bajo el Volcán”, también “Las memorias de abajo” de Eleonora Carrington, desde Santander y antes de aquí, cuentan procesos de disolución terribles. Imagino que la energía del volcán más grande nos vapulea en muchas direcciones,cada día parece un mes. El martes probablemente fue el más largo de la semana, después de salir de mi grieta me colé en otra. Fui a visitar a Lado B, que se han trasladado a la 11 dejando la casa muy vacia (Mely siempre me dice la señora del té pero ahora me va a empezar a decir la señora del carrito). Hubo un error con la dirección, en la que tenía había una viejita en la puerta haciendo tamales y era un edificio casi derruido. Me puse baturra, insistí e insistí y a la tercera me dejaron pasar. Pocas imágenes de intrusa más deplorables que la que tuve de mí misma cuando atravesaba aquel laberinto de bajareque para desembocar en una ruina habitada por tres familias. Desde el principio me ladraron los perros rabiosos en la azotea, los contenía una niña limpia y planchada, con uniforme escolar, que parecía flotar sobre las vigas. Después apareció una señora a la que ya no le pregunté, sólo le dije que me había equivocado y le pedí que me acompañara a la salida. Lo hizo bien encachimbada, ¿quién era aquella estúpida señora del carrito que había sido testigo de su situación? La pobreza límite no soporta testigos, mantener la dignidad y el uniforme planchado es lo único que queda. Mira que ganas de comerte tienen estos perros, me dijo mientras me llevaba de vuelta. Ayer, Dolores, que ha sido monja y ahora es esposa y madre en este lugar, me contó que todos esos vestigios históricos, esas ruinas deliciosas para turistas,son compradas y vendidas, generalmente entre políticos, y arrendadas a quienes menos tienen.



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