El verano de los catorce nos fuimos a coger tomates con la esperanza de que nos dejasen ir, en septiembre,
con el primer dinero ganado, a ver a Bowie a Perpiñán. Por supuesto
no nos dejaron y tuvimos que gastarlo en tonterías.
A partir de entonces, y a pesar de mi
resistencia a las nostalgias, ya siempre ha estado armonizando mis entretelas.
Me resarcí, lo vi dos veces, la
última desde la primera fila: a punto estuvimos de morir de sed y
una muchacha bastante afectada se desgarró en mi vestido. Ésta es
también la historia de cómo se rompió el vestido más bonito que
he tenido.
Luego se rumoreaba que tenía una casa
en La Herradura, todo el mundo en Almuñecar jura haberlo visto. Yo
hasta he fantaseado con la idea de encontrármelo por el valle y decirle:
-Bowie, cántate algo.
Menudo lujo haber imaginado a un vecino inmortal
Menudo lujo haber imaginado a un vecino inmortal
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