lunes, 16 de noviembre de 2015

Posibles parecidos.

Antonio Gómez

Estaba viendo con mi padre una película sobre los atentados de Munich, siempre charramos mucho, la tele es sólo un disparadero para seguir hablando, y le contaba que aquel era uno de mis primeros recuerdos políticos. La tía Emma tenía gripe y estaba viendo la tele desde la cama con todas las luces apagadas. Ante la insistencia me llamó al regazo y, me explicó tan bien el conflicto palestino, que ya nunca ha dejado de preocuparme. Tenía ocho años.

Nos enteramos de los atentados de París por el puñetero móvil, desde entonces he cambiado poco de tema, soy una adicta a la información, por mucho que predique lo contrario no logro desengancharme. He crecido con mis tías, Emma y Aurora, cada una con sus cascos de la radio, haciéndose gestos mientras leían periódicos, y con mi madre, más preocupada por unas elecciones  argelinas, mejicanas o francesas que por la comida del domingo. Me va a costar dejarlo.

Más o menos ya todo está claro y todo se sabe. Pero hay una relación que no he leído en ningún sitio, la que se puede establecer entre los suicidas árabes y las maras centroaméricanas. En ambos casos estamos hablando de la radicalización de hijos de inmigrantes, de la segunda generación, de personas que no pertenecen a ningún sitio, que no se identifican con el país de acogida y tampoco se sienten parte del desconocido país del que provienen sus padres. En ambos casos estamos hablando de un problema afectivo; del de los que buscan pertenecer y se refugian en una horda fuera de la cual todos somos enemigos. En ambos nos referimos a una regresión tribal que pone el valor del grupo por encima de la propia vida.


Y en los dos casos nos referimos a un virús mortífero que EEUU cultivó y expandió desde sus laboratorios sociológicos y ahora no controla, y que muta muy rápido.

¿O serán ocurrencias? 

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