La tormenta del lunes
pasado fue casi tan fuerte como la gran tormenta. Luego supe que en
los aledaños mató a tres personas. Me despertó a las seis de la
mañana, parecía una llamada de atención cada trueno.
-Mira que excesos me
acontecen cuando no estás.
Decía el molino.
Cerré la ventana y
conseguí tener uno de esos sueños que tengo últimamente,
transparencias sobre transparencias. No presté atención hasta las
ocho por lo menos.
Ha llegado mucho antes el
otoño, lo contaba ayer Emma, que inspecciona el comportamiento de
las sargantanas y el color de los geranios todos los días. Se adelantaron los limoneros una cosecha (y no me quedé a recibir la siguiente).
Escuché aquella lluvia
furiosa hasta casi las doce. No me asustaba seguir aislada ni que no
hubiera amanecido apenas. Hasta recogí los esquejes y me duché en
la calle cuando amainó el agua y siguió una lluvia de hojas de parra, ya rojizas.
Lo de traer esquejes de
amaranto, jazmines varios, hipomea, glicina, salvia, floripundio e hibisco era importantísimo. Matías me esperaba con un laboratorio: hormonas
enraizadoras, cuchillos desinfectados, bandejas y tierra de
semillero, había hecho un master de reproducción con tallos
leñosos la última semana. Ahora me toca fluctuar de la fe a la esperanza, mirar buscando señales de vida y regar.
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