Yo no tengo biblioteca, el concepto de
biblioteca implica orden y, como decía mi madre, esto parece la
cueva de Ali-Baba. Siempre son los mismos libros los que me dejo
cerca, y parece que tienen el baile de san vito, entran, salen, suben y
bajan, tornan y vuelven a la estantería cuando termina la reunión de la
pila en la que estaban, y se colocan en cualquier lugar y con
cualquier vecino, sólo exigen sentirse rectos de vez en cuando. A
veces están fuera años, hubo una fuga hacia casa de Ester,
otra hacia casa de Sonia y, no sé por qué, pero los espero estas
navidades. Los echo de menos aunque me entusiasma prever el
felicísimo reencuentro.
Los que quedan a veces duermen juntos
la siesta.
Así he encontrado a Carson McCullers con
Gastón Bachelard, al acercarme y darles la vuelta los he oído.
Como centramos todas nuestras
reflexiones sobre los problemas del espacio vivido, la miniatura
procede para nosotros exclusivamente de las imágenes de la visión.
Pero la causalidad de lo pequeño conmueve todos los sentidos y
podría hacerse, a propósito de cada sentido, un estudio de sus
“miniaturas”. Para sentidos como el gusto y el olfato, el
problema sería incluso más interesante que en el caso de la vista.
La vista abrevia esos dramas. Pero un rastro de perfume, un color
ínfimo puede determinar un verdadero clima en el mundo imaginario.
Estaba diciéndo
don Gastón, a lo que Carson, molesta porque no le había
prestado atención casi al oído, le ha respondido fingiendo que hablaba con
otro.
-¿Cuántas
variaciones hay en un sobreagudo?
-¿De qué
vibraciones hablas?
-De las mínimas
resonancias infinitesimales que vibran cuando tocas el do medio u
otra nota cualquiera.
-No lo sabía.
-Bien, yo te lo
estoy enseñando.
-Hay sesenta y
cuatro vibraciones en el sobreagudo y otras sesenta y cuatro en el
bajo
-¿Y qué?
-Simplemente te
estoy diciendo que oigo cada minúscula vibración de la escala
diatónica desde aquí.
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