Hollie Chastain
Vivíamos en la calle La Habana y después de
comer alquilé un montón de películas en las que no pude
concentrarme. Siempre hacía eso, acabo de volver a hacerlo, empecé
cuando los vídeos eran una novedad tecnológica y sólo tenía el
tío Marino. Aquella tarde reuní fuerzas para ir a urgencias. Me
costó tanto que cuando veo desiertos recuerdo el descampado que me
separaba del centro de salud. La noche anterior me había partido
una ceja con la gafa atravesando un cristal y tenía la impresión de
llevar muchos gatos agazapados en el estómago.
Cuál sería mi sorpresa
cuando encontré a Elena haciendo una suplencia. Cuando éramos pequeñas Elena, Ana y Ana Bel
eran de ciudad y venían a pasar los fines de semana al pueblo. Nunca
he conocido ciudades tan deslumbrantes como las que imaginaba a
través de aquellas tres chicas tan distintas a nosotras. Aquel día
que nos encontramos en el Insalud del barrio de Jesús ya habían
pasado muchos años, Elena estaba estudiando psiquiatría y yo era
una librera recién casada.
Y alguien me lo hubiera
contado después, seguro,cuando se popularizó la palabra depresión,
aunque hubiera sido mucho mejor que me lo hubieran contado antes,
lamento que no mejoraran mi infancia con unas dosis de serotonina. La
cuestión es que todavía hoy considero que fue el día más
importante de mi vida.
Desculpabilizarse es lo
primero, me dijo la Benedí, y para eso quizá te sirva saber que tu
caso es hereditario. Empezó a describir a esos parientes míos
que se sientan a meditar en lo alto de las escaleras y a los que ella
conocía bien, y sí, durante muchos años sólo la tía Carmen
entendió aquel dolor insoportable. Luego tienes que asimilar otra
cosa, siguió diciendo, es hereditario y es crónico, pero hay una buena noticia: no la vas a
padecer porque vas a aprender a identificarla y le vas a parar los
píes a tiempo.
Y gracias a Elena
descubrí algo que casi nadie toma en cuenta, que la cabeza es un
órgano más y que enferma, como todos. También aprendí a no
identificarme con mis alteraciones químicas, eso es lo más difícil. Gracias a los
inhibidores de la recaptación de la serotonina a tiempo mi vida no ha sido un
absoluto desastre.
Nada me pone tan mala
leche como la superficialidad de las bromas sobre el Prozac, bueno
sí, la identificación de la locura con el genio.
Acabo de pararle los píes
otra vez, después de treinta capítulos de a dos metros bajo tierra.
(“No me puedo quedar a cenar, tengo que seguir con la serie” le
dije el otro día a M Jesús, ¡seré pava!) después de llorar
litros y litros durante semanas volveré a convertirme en una chica
motivan, o como se llame ahora la vaina. Julio se me ha llevado a un
concurso de microbreves a la radio esta tarde, luego he tenido clase
y más tarde me ha llegado de algún sitio una caricia invisible.
Mañana iré a ver a Rafa, mi médico, que me intentará disuadir
pero me hará la receta. Y quizá hoy duerma.
P.D. Lo cuento tambien porque a todos nos ronda y creo que es más terrible para los que vivís desprevenidos. Ah, y porque me gustaría muchísimo
volver a ver a Elena para volver a darle las gracias.
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