Tommy Ingberg
Cuando leo en los
autobuses tengo la impresión de poner chinchetas paisajísticas.
Tengo tendencia a recordar datos insulsos, como que el artículo “Los
segundos no tienen hipertexto”de la revista Bostezo sobre el
fracaso lo empecé saliendo de la estación de Bilbao y allí
descubrí que se podía imaginar otro París teniendo un dato: el de
quien quedó el segundo, detrás de Eiffel, en 1886, en el concurso
para construir una torre en el Campo de Marte.
“Lo firmaba el
ingeniero Sébillot. Era una torre-sol, una torre-faro, de una altura
de trecientos metros que iba a iluminar el bosque de Boulogne, todo
Neuilly y Levallois, hasta el Sena”
Que no hay termino medio
en esto del triunfo y el fracaso, la mecánica burda de esa dualidad
que todo lo aplasta ,queda demostrado por el absoluto olvido del
ingeniero Sébillot y el permanente recuerdo de Eiffel. Y es sólo
un ejemplo.
Esta mañana he
descubierto un término, “escotoma”, que significa pérdida de
conocimiento, pérdida de visión, olvido de algo importante que se
supo, vuelta a explicaciones menos certeras, menos perspicaces, menos
profundas de las que en algún momento se alcanzaron. Se aplica sobre
todo a la ciencia y habla de otro tipo de fracasados: los precoces.
Aquellos que han descubierto teorías imposibles de integrar en su
época.. Ahí encontramos otro ejército, a otros que fracasaron de un modo injusto:
Goethe con su teoría de los colores y Oswald Avery, que descubrió
el ADN en 1944 por ejemplo.
Esta semana el
desaparecido Comandante Marcos logró que todos lo leyésemos, y me
parece muy bien, en uno de los párrafos de su discurso decía:
“Si ser consecuente es
un fracaso, entonces la incongruencia es el camino del éxito, la
ruta del poder. Pero nosotros no queremos ir para allá, no nos
interesa. En estos parámetros, preferimos fracasar que triunfar.”
En Masa y Poder dice
Canetti que si todos tuviéramos más de un oficio descubriríamos
que no eramos buenos en todos, y asegura que tirando de ese hilo
conseguiríamos cambiar muchos conceptos y aumentaría el respeto hacia los otros.
En todo caso no sé por
qué me enredo tanto si siempre tuve clara mi vocación por motivos
mucho más banales: no soporto el tufo de los triunfadores y me ponen
mala los efluvios del exceso de admiración, que casi siempre
esconden una impotencia. Siempre he sentido cierta nausea al
comprobar que el éxito suele nutrirse del fracaso igual que la
riqueza de la pobreza. Creo que ambos son conceptos en los que estamos adiestrados y que nos empequeñecen la vida, que es mucho más compleja. ¡Cómo no recordar aquí a los Tangu, aquellos que jugaban hasta que empataban!
P. D. Anotaciones paralelas para disolver cualquier confusión: mi enhorabuena a Podemos y también a Pablo Iglesias.¡Casi nada reilusionarse!
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