Todos tenemos poyitos, rituales, sinapsis selladas donde
vaporizamos certezas, burbujas herméticas con todo en su sitio, vivo y
desordenado. Qué sé yo. Sé que a veces murmuro: “no estaba loca doña Ángela” y
jamás me he visto en el brete de explicarle a nadie de qué estoy hablando
cuando digo eso. Ventajas de hablar mucho, te das cuenta antes de que lo que
dices importa un bledo. Así que la
exclamación se fue convirtiendo en la más mía, la más secreta y la más vieja. El “no estaba
loca doña Ángela” ha sido desde entonces un medidor.
-No salgáis, lo de afuera es horrible.
Sólo nos dijo eso y luego se sentó al sol. Las madres
estaban gritando abajo porque eran las cinco y media y no salíamos, ella estaba
tranquila, se metió la llave en el bolsillo y se sentó, nosotros no estábamos
asustados, estaban asustadas ellas, las madres. Mi madre no estaba. Como sigo creyendo
que mi madre es superwoman aún creo que si hubiera estado lo habría arreglado. A
doña Ángela la ataron antes de meterla en la ambulancia y a todos los niños los
abrazaron sus madres como si hubieran hecho una heroicidad.
Mi madre no estaba porque cree mucho en la autonomía
y no me iba a buscar a la escuela.
Y no estaba loca doña Ángela, estaba triste.
2 comentarios:
Sobrecogedor, pedazo de realto, Sanuy.
Qué pena perder así a una maestra de mente tan preclara, ¿no?
Pues sí, era la única que nos dejaba ir a jugar a "los pinos", que estaba n en la parte de atrás de la escuela. No tengo ni idea de porque no nos dejaban ir allí, para que no los pisásemos, supongo, porque nada boscoso, eran recién nacidos pero menudo locus tabu se montaron. Me caía muy bien doña Ángela.
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