Pete Seaward
Clarisse deja de hablarle a Walter cuando toca a Wagner. Mantiene
que le altera la esencia y le estropea el carácter. Yo también me convierto en
otra cuando leo a Musil.
Después de veinticinco años me
pregunto por qué lo elegí, si me paraliza, si cuando lo leo me siento como si
estuviera comiendo una nube de algodón, un aire dulce lleno de hilos sueltos
que me dejan las manos pegajosas.
Cada año me lo explico de un modo diferente, empiezo a
parecerme a él, o siempre nos parecimos y lo encontré por eso, o simplemente
nos pasa lo mismo. Este año he decidido que compartimos una huida: don Roberto también
corría delante de la abstracción, y ¡ay cuando lograba escaparse!
Una amiga judía decía que hay que dar muchas veces en la
misma piedra. En eso sí he salido ganando. Sus 2000 páginas sin principio ni
final crecen y crecen cuando se cortan en pedacitos, pedazos de boli azul,
rojo, verde, negro, lápiz, sumados años tras año, que me dan muchas pistas, meticulosas pistas, sobre
aquello en lo que estoy de acuerdo y en desacuerdo conmigo misma (y con los demás)
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