Pues venga.
(Constricción: la inmovilidad)
La onda del afrancesamiento no es más que otro modo de
viajar que he añadido al único posible en este momento, recibir en mi pueblo.
Supongo que empecé porque me mataban las ganas de irme a
París con las chicas. Pero no fue una decisión consciente. Atribuí la inmersión
a lo rápido que bajaban las películas. Luego sumé a la dieta a Eluard,
Bachelard, Renard y todos esos, y me dí cuenta de cuanto se puede descansar en
otra lengua.
Entonces me avisó Ángel, que es gallego-parisino, de que
venía a verme, y también pude viajar por mi pueblo. Porque cada visita que
recibo rectifica mi modo de ver los mismos lugares y a las mismas personas,
claro, y también porque aquí no tengo que elegir la ruta.
Primero está la espera en esa estación. Hasta Utebo se llega
en un tren que finge que te va a dejar por lo menos en Berlin. Después un
café en la terraza del que fue el bar de mis padres, delante de la casa en la
que crecí, y una visita a María Jesús: nada me produce más optimismo que la
soledad radiante de esa mujer podando en pijama. Además en su casa está el
huerto y la introducción narratológica para que en el paseo que resta se
imagine mucho más de lo que se ve. Luego, claro, la torre. Quizá una paradita
en el bar de la plaza de la iglesia para luego dar la vuelta por la calle del
Hospital, donde están las casas de las que hablamos antes: en el cogollito de
la plazoleta estuvieron las tres bibliotecas enormes de los amigos de mi madre,
la de Luis, la de Carmen y la de los padres de María Jesús, las bibliotecas y
los jardines, y la sala de proyección de Luis, que siempre me endulzaba las películas con Amareto (de tanto
en tanto me compro o hago que me regalen una botella de Amareto y mezclo su gran recuerdo con el olor de
almendras dulces)
Ángel inaugura un género. Es un amigo avant la letre. No
hay nada tan placentero como recibir a alguien de quién sólo sabes que será muy
importante en el futuro, a quien ya es
un miembro de tu familia, de quién llevas años oyendo decir. Ni nada tan fácil
como hablar de lo que importa con el amigo de tus amigos. Imagino pocas cosas
tan profundamente halagadoras como su visita. Por fin existe y está cerca ese
lector superbe que encontró la Blanch en Ángola hace beaucoup de años.
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