Me he despertado pensando que somos eslaboncitos, que
partimos de donde nos dejaron, y eso me ha recordado que mi madre tenía
moto. Me ha hecho muchísima gracia la relación optimista de ideas, así que he buscado esa fotografía
Después he visto otro par de películas de Agnes Varda
mientras me destrozaba el sistema nervioso arreglando el ordenador, cuando he conseguido las dos cosas, porque soy una baturraza, aunque no me guste, me he reencontrado con una reconfortante griega: Kiki Dimulá.
HE PASADO
Camino y cae la noche.
Decido y cae la noche.
No, no estoy triste.
He sido curiosa y he estudiado mucho.
Sé de todo. un poco de todo.
Conozco los nombres de las flores cuando se marchitan,
sé cuándo reverdecen las palabras y cuándo sentimos
frío.
Sé con qué facilidad se abre la cerradura de los
sentimientos
con cualquier llave del olvido.
No, no estoy triste.
Hubo días de lluvia,
me instalé detrás de este
alambrado acuático
con paciencia y discreción,
como el dolor de los árboles
cuando cae su última hoja,
y como el miedo de los valientes.
No, no estoy triste.
He pasado por jardines, frente a fuentes
y he visto muchas estatuas que se reían joviales
sin saber por qué.
Y pequeños cupidos, presumidos.
Sus arcos tensos
parecían lunas menguantes en mis noches de ensueño.
He soñado muchos y hermosos sueños
y estuve a punto de perderme.
No, no estoy triste.
He pensado en los sentimientos,
de los míos y de los demás,
y hubo siempre espacio entre ellos
para que pasara el dilatado tiempo.
He pasado y he vuelto a pasar por Correos.
He escrito cartas y las he vuelto a escribir;
he invocado sin tregua al dios de la respuesta.
He recibido breves postales:
una cordial despedida desde Patras
y ciertos saludos
desde la torre de Pisa que se inclina.
No, no estoy triste porque el día se inclina.
He hablado mucho. A la gente,
a los faroles, a las fotografías.
Y mucho a las cadenas.
He aprendido a leer manos,
y a perder manos.
No, no estoy triste.
He viajado, es verdad. He ido aquí, he ido allá…
el mundo siempre a punto de envejecer.
He perdido aquí, he perdido allá.
He perdido por ser observadora
y también por ser distraída.
He ido al mar.
tenía derecho a un espacio. Supongamos que lo conseguí.
Tuve miedo a la soledad e imaginé a la gente;
a unos los vi caer junto a un polvo tranquilo,
traspasado por un rayo solar;
a otros junto al sonido de una campana mínima.
Y me llegó el sonido del toque de la campana
de la soledad ortodoxa.
No, no estoy triste.
Jugué con el fuego, y me quemé lentamente.
tampoco me faltó la experiencia de las lunas.
Sus fases menguantes, sombrías, sobre mares y ojos,
me han nutrido.
No, no estoy triste.
He resistido tanto como pude a este río
cuando estaba crecido, para que no me llevase,
y cuando fue posible he imaginado los ríos secos
que tenían agua, pero me arrastraron.
No, no estoy triste.
A la hora precisa cae la noche.
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