El laurel es más difícil, está cargado de literatura y
simbologías. Pero la verdad es que llegó por causas bien prosaicas. Llamaron
unos molineros, hace tiempo, asediados por los ratones, y la tía Pili dijo que ramas de laurel en las ventanas, que
no soportan el olor. Luego ya fue cogiendo su aquel poético el asunto.
Plantamos dos en la portá, Gonzalo y yo, y tuvimos ese rato estupendo de revisar
de que sentidos se habían imantado aquellas hojitas. Diz que también espantan el rayo, y
son el símbolo de la sabiduría.
Volvimos unos meses después y ni idea de qué laurel era el
de cada uno.
No lo puedo evitar, ni quiero, os identifico a cada uno con una
matita, el animismo.
Había que repartirse el botín. No tanto por la propiedad, que allí siempre es ficticia, como por las
posibilidades de observación arbitraria que el azar ofrece. Estaba claro que el
mío era el más gordito de los dos y que se van a hacer compañía
mucho tiempo.
Por seguir con ese hilillo de la vegetación y los
supermercados no hay cosa que me cabree más que ver a la gente comprar laurel
en el supermecado en este pueblo, tenemos laureles para que toda la población
coma patatas con bacalao todos los días del año, y lo compran viejo y en
bolsitas.
Y hablando de compañía, ¡qué lujo la onírica!
Por seguir con ese hilillo y también con el otro, el de la sabiduría y los que
merecen ser laureados, ahí va un un chat de ayer con la niña B.
-Voy de culo, sólo para preguntarte, ¿estás bien? Anoche soñé contigo
-Sí
-Dime la verdad, apenas pude verte, estabas metida en una
niebla espesísima.
-Entonces, ¿era yo o no?
-Es importante que no digas pendejadas, ya sabes que te
hablo en serio.
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