Keith Sharp
Si
una noche de invierno subida de tono me hiciera una auto entrevista y me preguntase quienes
han influido más en mi estilo al escribir, respondería sin dudar que mi madre y mis tías.
Mi
madre, sobre todo, que tiene dos registros claramente diferenciados. Para ella
no es lo mismo hablar que narrar. Hablar es para informar y contar es para
regocijarse. El que narra maneja el tiempo a su antojo y puede preparar un café
o perorar sobre distintas formas de hacer la cama si le place y es capaz de
mantener tensita la cuerda de nuestra atención. Hemos ido olvidando narrar, lo
hemos convertido en una cháchara difusa porque creemos que no tenemos tiempo
para oír ni para ser oídos. Dice ella. Y es que la Arse es capaz de cortar en
el punto álgido de la historia para irse a comprar limones. Si le insistes se
rezaga, retrocede, amplia minucias que ya relató, y si la interrumpes más, amenaza.
-Oye,
no seas impaciente, o te lo cuento como yo quiero o no termino y te quedas con
la duda
Eso
es estar segura. Pero sobre todo rinde en equipo, con las hermanitas. Ellas tienen la responsabilidad de elegir los motivos en el azar de lo que
acontece, porque esos relatos familiares tienen que durar más de un
invierno. Cuando creen que los tienen, ensayan e improvisan, juntas y por
separado, con diferentes públicos. Y nos contagian. Hablaba Lezama Lima de esas
historias que los iniciados pueden evocar enteras con una frase brevísima: Marna, a soene in Pompeya, era la sofisticadísima
de sus parientes cubanos. En las cenas con mis primos siempre hay alguien que se
atreve con el discurso de mi madre sobre su vocación de bandolera o las
trastadas de la tía Carmen en su único viaje en barco.
Hace
poco estuvo Carlos ayudándo con algunas cosas a Carmen y se quedo hipnotizado por una de esas historias, pero aún le asombró
más cuando le repetí las frases que ella había utilizado: casi, casi, las
sabemos de memoria, en ese casi, en las diminutas variaciones de lo mismo es donde
está la ganancia
-Tuvo
una vida horrible, fue la única cuerda entre muchos locos, pero lo peor es que
todos creían que se lo había buscado porque fue ambiciosa.
Sin
duda el día más literario del año es el día que las llevo a Tabuenca. La mañana
suele empezar con un buen vino en el patio de Ángela, que nos da la llave del
cementerio a donde nos dirigimos para hacerle la visita anual a la tumba del tío
Ángel y pasar la mañana hablando por allí. Nos gusta ese cementerio. Que esté
en medio de un monte, que lo hayan invadido los lirios y queden tumbas muy viejas.
Emma
y yo inventamos biografías por la foto y la fecha mientras las otras prefieren
describir a los que conocieron. También hablan un poquito de su propia muerte,
Carmen tiene noventa y uno, Aurora ochenta y muchos, pero las sister son vitalistas, antes
de morirse tienen que hablar mucho y , sobre todo, tienen que ir a
tomar el vermouth a Borja.
Suele
ser en primavera, es el día que más bítter sin tomo en el año. Y también es el día
que mejor sé qué es la literatura. Sobre todo cuando ellas pasan de la tercera
ronda.
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