-En esta ciudad vivís tres lezamianos, Pepito, Javier
Barreiro y tú, deberías conocerlos.
Me dijo el Ezpeorientador hace veintipico de años. Y así
conocí a mi maestro y también a mi librero.
Quería escribir esto desde que leí la entrevista que les
hicieron a Pepe y a Julia en Jot Dow. Allí hablaba Pepito de Musil y de Lezama. ¿Cómo es posible
que sin ponernos de acuerdo compartamos fijaciones tan diametralmente opuestas
como Musil y Lezama? Me pregunté maravillosamente extrañada cuando lo leí en el
molino. En el vis a vis no nos extraña nada, ya lo sabemos.
O quizá me entraron ganas de hablar de Antígona cuando
encontré aquella cita de Calvino: La
elevación consiste en, una vez detectado el infierno, señalar todo lo que no es
infierno, y darle espacio.
¿En qué otro lugar en el mundo se puede oír algo como…
-Mallarmé, Mallarmé, ese es bueno, a ese no se le entiende
nada. Fuera de bromas, para mí el mejor.
¿En qué lugar se puede una encontrar con Losilla y todas las ediciones de Museo de Cera, incluido
el que había debajo de la pata de la cama en Carabanchel, el mismo día?
¿Dónde presentan los libros los soperos?
¿Dónde preferiría quedarse encerrado Antonio?
¿A dónde sé que vuelve José Mari?
Lo que más me reconfortaba cuando me arruiné como librera
era visitar a Pepito. Se me pasaba cualquier bajón de fracaso después de un
rato por allí fumando: algún otro papel me reservara el destino en esta timba
literaria, me decía, este flanco está bien cubierto.
¿Habrá influencia más suculenta que la risa de Julia escoltándote por la espalda cuando te pierdes en el rincón del ensayo?
La librería Antígona para los parroquianos es otro gran
texto. Un Aleph caótico en el que
siempre hay ganancias, tanto si te orientas como si te desorientas.
Quienes la conocen saben que no exagero.
1 comentario:
Cómo me gusta que escribas este blog.
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