Escribir para mí es intentar huir del estado
hipnótico en que nos dejan sumidos tantas frases hechas. Pero con frecuencia
escribir es zafarse andando, mientras leer es irse en un bólido.
Roland Barthes habla de una actividad
intermedia entre leer y escribir que es la que de verdad me interesa. Se
refiere a esa lectura que está hecha de interrupciones, de levantar muchas
veces la cabeza hasta que se tensa el brazo y, sin darte cuenta casi, te pones a
escribir. Una lecto-escritura que no tiene nada que ver con que el autor nos inspire
ganas de remedarlo: lo que ocurre es que ha conseguido que su texto se despliegue.
Esa es la finalidad de los buenos textos:
desplegar sentidos (cuando se logra “el texto” es mucho más sustancioso que “la
obra” y ya no pertenece a nadie). Un buen texto tiene la misión de transportarnos
a un paisaje en el que poder apearse del bólido cuando ya se está lo
suficientemente lejos como para volver a merendar a gusto.
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