O bien, convidando a la cinéfila.
Rescatar a la cinéfila no es fácil, la encontré tan encogida y amnésica como había encontrado a la melómana o a la que una vez se escapó, una buena temporada, a la filosofía. Era bulímica la cinéfila, la recuerdo perfectamente, y el entorno, ya lo dije, no la ayudaba.
No hay actitud más suicida que atiborrarse, de lo que sea, pero para convocarla tenía que preparar una suculenta sobredosis. Para primero cine francés, adoraba las películas en las que hablan sin parar (o la inocencia francesa). De segundo plato le puse a Lars Von Trier: Europa para hacer memoria, luego Dogville y Manderlay, que estimularon muchas de nuestras contradicciones. De postre, día y medio después y con gripe, íbamos a volver a ver Simón del Desierto, pero se cruzó El Apartamento de Willi Wilder en la tele.
Hemos pactado las dosis. Hay un día de música aquí, bien le puedo conceder un día de cine, ya le he explicado que no se trata de abrir cajoncitos con información, que eso ya no nos hace ninguna falta, es más bien la suma de poquitos de la que hablaba Lezama, la potencialidad de lo que se intenta ordenar para descubrir que la secuencia es siempre otra lo que busco.
Se portó bien, dejó dos notas breves para inaugurar esta sección:
-Dogville y Manderley: películas contra la caridad, contra la aspiración de santidad, contra la acción mal entendida. Como Viridiana. Necesarias.
-El Apartamento y Viridiana terminan igual, con la pareja protagonista jugando a las cartas, es inolvidable como dice Paco Rabal “primita, vamos a jugar al tute”.
¿Es posible que fuera sólo una metáfora sexual? Yo creo que no, hay más tomate simbólico en esas dos partidas, menudos eran Buñuel y Wilder.
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