En El Salvador de 1994 todo era real, nunca nos alcanzaban imágenes prefabricadas, y las echábamos de menos. Asombra recordar que en una época tan reciente resultara tan difícil ver una buena película, pero así era, y para compensar nos contábamos, una tras otra, una y otra vez, todas las que habíamos visto.
Un día que llovía mucho decidimos montar un operativo complejo, nuestra vecina del pasaje tenía vídeo, se lo pedimos poniendo como excusa un trabajo importante y Melín, aquella deliciosa maestra jubilada, nos lo dejó. Luego nos fuimos a uno de los videoclubs de San Salvador armadas de paciencia: encontraríamos al menos cuatro películas que merecieran la pena. Sólo nos faltaba comprar unos hojaldres salados que nos volvían locas, una botellita de ron, y pasar la televisión y el vídeo de Melín a nuestra casa.
Las películas eran malas, a la mitad de la primera yo ya me había dormido, pero nuestras cuitas bajo la lluvia daban para un corto al menos.
Lo paradójico es que uno de los motivos para irme tan lejos había sido huir de los cinéfilos. Hubo un momento en que todos a mi alrededor hablaban casi exclusivamente de cine ¡yo no sé que mosca les ha picado a los zaragozanos con el cine!¡he visto filas inmensas en la filmoteca para ver la película muda más rara! Los que me rodeaban eran demasiado jóvenes para que no les pasara nada fuera de las pantallas, y yo me moría de aburrimiento, y a veces de miedo.
Hace un par de años, un verano molinero, el cine y yo, que hemos estado años mirándonos de soslayo, tuvimos una intensa reconciliación, cuando tendí la ropa en la misma cuerda de la que pendían, proyectadas en una sábana, nada menos que las ovejas de “El Ángel exterminador”
La otra noche estuvimos hasta altas horas, delante de la chimenea, con Amanda y su amigo Pablo, contándonos películas ¡Rico ese ejercicio de narración, memoria y sinopsis! La conversación me hizo reflexionar ¡me estoy perdiendo una pasión importante! ¡sistematicemos pues chamaca!
-Ya sabes que en esta casa no hay regalos ¡sólo nos faltaba ese rollo de materializar el afecto! aquí se compra lo que se necesita y cuando se necesita ¡si se puede!
Me ha dicho mama gata.
Esa es una certeza familiar profunda, que solo se salta mi hermana, la negación de los regalos y las sorpresas; cuando mi padre salía de viaje nunca me traía nada porque decía que quería que lo esperase a él.
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