miércoles, 8 de diciembre de 2010

Informe de la última expulsión del paraíso



Veníamos de comer y Javier se equivocó de rotonda, yo me bajé allí mismo, no me iba a venir mal el paseo, que además, inevitablemente, me hacía pasar por La Ponderosa. No mentiré diciendo que no lo pensé dos veces, ni una lo pensé, es un lugar abandonado, salté. Para lo que significaba colarse en el lugar con el que más sueñas el esfuerzo no fue grande, después de un par de intentos fallidos cedieron la malla y el seto y ya estaba dentro. Me dio tiempo para ver que se había muerto la palmera y habían cortado los frutales, había basura y ya no estaban las cabañas de cañas con las que separaba el tío José María la verdura de invierno de la de verano, todo estaba yermo y, sin los laberintos de judías, zanahorias y acelgas, el lugar parecía mucho más pequeño. Acababa de descubrir lo pequeño que era en realidad el escenario de casi toda mi vida cuando empezaron a ladrarme dos enormes perros blancos y me subí a la terraza, más enfadada que asustada, ajolotada, sería un término exacto. En los momentos de confusión y adrenalina me visita la ejecutiva que me habita, me cae gorda, aunque luego le esté siempre agradecida. Desde la terraza llamé a Miguel, que había comido con nosotros y estaba en un funeral, para pedirle instrucciones y también para que alguien me tuviera localizada, no fuera a terminar en unas fauces ¡nadie me buscaría allí! Hace poco Miguel me contó que se había encontrado en las vacaciones, en Palmira, con un japonés al borde del ataque cardiaco porque lo perseguían dos perros, y tan efectiva fue la reacción de aquellos tipos de campo, que los pararon en seco, que el japonés pasó días haciéndose fotos con sus benefactores. Ahora me arrepiento de no haberme fumado un cigarro tranquilamente allá arriba, que era el motivo, pero no era cuestión de tener al otro al teléfono en medio de una misa: no les hagas ni caso, me iba diciendo, y no cedas ni un centímetro, que ni se te ocurra la posibilidad de que te pueden atacar, nada de dar ideas. Así lo hice y casi salgo con bien, pero elegí el camino equivocado. Cuando tenía trece años parecía una broma saltar aquella verja coronada de pinchos, pero desde que leímos en una revista de la tía Carmen, allí mismo, que el hijo de alguna actriz había muerto ensartado en una de esas, ocurrió lo inevitable, les pillamos miedo, subíamos hasta los pinchos y dábamos marcha atrás. Así que cuando vi aquellos clavos afilados en mi culo retrocedí; me rasgue el pantalón, perdí un pendiente y se me fue a tomar viento la patilla de la gafa, todo en un movimiento. Además ya no tenía a Miguel al teléfono y la Ponderosa es un chorizo, me quedaban otros mil metros, exactamente, cuesta arriba, y aquellos dos cada vez ladraban más. A veces da gusto ser géminis, sobre todo si acude a tiempo la que es muy segura, al final retrocedíeron ellos. Volví a salir por dónde había entrado. Salté desde la mesa en la que comíamos. Desde luego dormí muy mal y aún no he hecho balance más que de los rasguños.

2 comentarios:

SATSUMA dijo...

casualmente suena The passenger mientras disfruto leyéndote...ha sido perfecto!!! esa Marta contravientoymarea que sale victoriosa en un lugar del universo!! (... se me va la pinza bastante....), me encantó cómo lo cuentas, -yo me muero! con los perros, con las vallas, con mi miedo...-

Besos!!! (los rasguños serán las señales orgullosas de la contienda... ; )

Marta Sanuy dijo...

¡qué bueno es el Iggi!
nada meritorio, terquedad, y no se te va la pinza Joaquina, de eso nada, a mi se me fue la otra tarde

besicos