Lo primero que me encuentro en el buzón es la descripción rica, larga y minuciosa, de la gran tormenta que inauguró ayer la época de las lluvias en Venezuela. Para darte envidia titula el correo la niña Blanca, que conoce mis pocas y extrañas envidias
Y cuenta los detalles tan bien que con cada rayo atraviesa muchas tormentas. Mientras desayuno las recuerdo casi todas: las de la infancia, cuando mi madre se empeñaba en que un rayo iba a incendiar la mosquitera verde de la ventana del cuarto pequeño y cerraba la puerta ¿para no verlo? Las de casa de Fina, cuando aprovechábamos hasta el último momento en la piscina, sin vigilancia porque su madre, Vicenta, en cuanto empezaba a nublarse se metía muerta de miedo en un armario. Las de la Ponderosa, con el pedrisco rebotando en el techo de uralita. Las grandes tormentas molineras, cuando se ve luz a lo lejos, pero en el valle no se acaba la noche hasta que terminan los rayos sus simulacros del día.
Y sobre todo aquellas que nos inundaban la casa en la San Antonio, como si quisieran contribuir a la limpieza general, las gotas de las tormentas tropicales caen con tanta fuerza que rebotan hasta la rodilla, descargan con tanta furia que no puede existir más paz que la calma fresca de después de esas tormentas.
4 comentarios:
pero en el valle no se acaba la noche hasta que terminan los rayos sus simulacros del día.
¡ole! que bien te explicas
me gusta el tema tormentas, nena
dale dale a las tormentas con rayos y centellas
jajaja
mi padre, cuando algo no le gusta, alguna comida cuyo sabor l edesagrada siempre dice: esto sabe a rayos, me encnata esa expresión
besazo cara
Atraida por tus bellas imágenes, enriquecidas por no menos bellas palabras, me has llevado a las tormentas de mi infancia y he pensado que tengo que recuperar esos recuerdos.
Gracias, me ha alegrado mucho leerte.
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