La guía del trotamundos es una de las lecturas más humorísticas que he encontrado leídas in situ, al menos la que cayó en mis manos en un autobús de vuelta de Chalatenango un viernes. Eso iba leyendo cuando llegue a la troncal del norte, esa estación en la que los cobradores te meten a empujones en el primer autobús, vaya a donde vaya, y tienes que subir y bajar de tres o cuatro antes de coger el tuyo. Avisa, avisa, visa, visa. Entre mis pequeñas transgresiones estaba la de sentarme detrás, eso allí es una trasgresión: todo el mundo se apiña en las primeras filas porque los mareros toman el fondo. Habíamos desarrollado una teoría, quizá suicida, creíamos que la vulnerabilidad era proporcional a la cantidad de miedo, el miedo emite un olor que obstaculizaba la comunicación y había que vencerlo desde dentro, detrás de aquellos tatuajes había una persona y en décimas de segundo deberías ser capaz de que te viera o te oyera, y para eso verlo y oirlo.
Aquel día que me cayó un marero en la estación de autobuses, en el último asiento, también funcionó el invento. Funcionó siempre para nosotros, pero no le funcionó siempre a Christian Poveda.
Los atracos en El Salvador no son así nomasito, son con pistola, con machete como mínimo, pero siempre hay un método para que no te roben, no llevar nada. Yo aquel día llevaba unas gafas de sol, un vestido de flores de Marian, en el que no se podía ocultar nada y la guía del trotamundos. Vaya cuadro guiri. Le di el bolso, con nada, el libro y las gafas y le dije:
-Que ondas maje si yo no ando pisto, que vas a creer que porque sea chele. Mirá, mirá, para vos el bolso chavo, enteriiiiiiiito, tres colones ando, gana es lo que traigo de un tamal y una Pilsener pero no hay con que.
-¡No te pueeeeeeeeeeeeeedo creer! Serás huevona vos.
De ahí arrancamos la plática hasta la parada de mi casa en la otra punta de la ciudad, cuando llegamos ya me había contado su vida, era hijo de emigrantes, había crecido en Chicago, allí se había hecho pandillero, "en los estados porque ni modo, no había de otra, todo el mundo necesita tener su gente men, su grupo, y los mismos cheros de allá y ahora aca”. Luego lo deportaron, había llegado hacía tres años a este país, en plena postguerra, y “se había cargado de bichitos que querían comer todos los turnos”, luego me contó sus dudas, sus miedos y sus miserias, ya éramos cheros, ¡pues!, cuando llegamos a Ayutuxtepeque se vino a casa, a
Su historia era la historia de casi todos cuando empezó esta vaina demencial en los noventa, cuando aún era un virus recién inoculado que sonaba a comic: la dieciocho contra los salvachucha. Cuando era redonda la jugada para los Estados Unidos, que incubaban bandas para deportarlas luego; además de librarse de ellos resultaban un arma más poderosa que ninguna de las bombas en las que tanto pisto se habían gastado. Las vidas en El Salvador empezaron a estar de saldo, se pusieron aún más barats, todas, las de los sindicalistas, las de los cooperativistas y las de los políticos de izquierda sobre todo, se engancho una guerra con otra. Mi pequeño comandante tuvo doce atentados o asaltos en un año, uno al mes. ¿Increíble? , créanlo, es absolutamente cierto.
2 comentarios:
guapa cómo me gusta cuando nos cuentas estas cosas!!! parecen increíbles, joder!!
un beso
son
Esta historia que usted cuenta es increíble en cualquier otra parte del mundo; pero en El Salvador pasa a diario y el problema de las maras necesita una solución tan gigante que no se le ven entrada.
Por otro lado, me gusta su blog.
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