miércoles, 28 de octubre de 2009

La barrera del sonido


La lavadora del tercero ha pasado al programa de centrifugado, es la hora del informativo regional y Pili, la vecina, que es sorda, ha puesto la tele. En la cocina se sofríe algo, va demasiado deprisa, a veces aviso de oído si lo del fuego se quema, lo oigo aunque esté a muchos metros. A Elena, que también es sorda, le pasa lo contrario; es capaz de medir el tiempo con el olfato. Por las noches oigo el clic de la luz de la mesilla de mi vecina, que tiene insomnio, y las cisternas, y a los gemelos de abajo, distingo cual llora, y me desvelo con el despertador del cuarto piso, alguien se levanta a las tres, ¡qué desatinos! Por el día no me pierdo los pitos de los hornos ni de las ollas y los estertores de las neveras, ininterrumpidos, como las siniestras abuelas de los gemelos, tan poco versadas en cantos: oír a las ocho de la mañana, un día tras otro “si te ha pillao la vaca jodete” le destroza el animo a cualquiera. Estoy extrañando al loro de los del primero, ni siquiera sé si se murió, desapareció poco antes de que aparecieran los niñitos.

He de reconocer que no vivo en un edificio ruidoso, todo lo contrario, el problema es mío, y como es una particularidad de la que no había oído hablar a nadie, pues nunca lo había comentado más de la cuenta. Todo el mundo entiende las manías de un sordo, pero no todos están dispuestos a ponerse en la piel del que atraviesa las barreras del sonido.

-Anda, ¡has oído el teléfono antes de que haya sonado!

Me dijo el otro día alguien observador, y no es magia, los teléfonos emiten un gruñidito antes de sonar que seguro que Paloma oye. Empecé a darle importancia al asunto después de hablar con Paloma, y recorde que esto le pasaba a alguien más, me lo contó hace años, a Pilar Adón, que vivía con tapones.

No es que no fuera consciente de que tiene su importancia, ante un asunto tan poco habitual tienes que alertar, por lo menos a los de casa. Durante años utilicé un llavero con un cascabel y les pedí que no hablaran de mí hasta que dejaran de oír el cascabel. Una medida con desiguales resultados porque ellos dejaban de oír el cascabel enseguida y yo tenía que cargar con un sonidito más. También está bien advertirles a los amigos: menudo disgusto el día que oí como me criticaban, poco, dos amigas en un concierto, las pobres no dijeron nada grave, pero ¡cómo iban a imaginar que las estaba oyendo con aquel estruendo!

También oigo la plaza en invierno, con la ventana cerrada, el niño que está sentado en el banco, que tiene unos tres años, dice, grita, exclama:

-TÓnicA, tónIca, tónica, tónica, TóNica

Su madre, de pié. con su amiga, y además apoyada en la palmera, suspira angustiada.

-Lleva toda la mañana diciendo tónica, no tengo ni idea de dónde lo ha sacado pero me está volviendo locaaaaaaaaaaaaaaaaa.

La imagen es de Joan Rabascall

4 comentarios:

Anónimo dijo...

ey nena, qué buena entrada!! lo tendré en cuenta cuando te halague a tus espaldas, jejeje
un besazo

escribeeee másss
Son

Jesús Alonso dijo...

Si por lo menos hubiera aprendido ya la palabra gin.

Marta Sanuy dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Marta Sanuy dijo...

o si supiera tararear esdrújula
pensé yo