Me reconfortó leer estas líneas exactas de Ana María Shua el otro día en su novela "La muerte como efecto secundario" y me prometí copiarlas.
"Si no fuera tan dolorosa, si no me lastimara, observar la locura de mi madre me resultaría fascinante. Sobre todo por el contraste con las psicosis de ficción: esos psicóticos sabios, coherentes, creativos que enfrentan a los médicos con una visión del mundo de los hombres más justa y más poética que la mediocre normalidad. Locos que sirven, por lo general, como vehículo para expresar concepciones filosóficas del autor o del director de la película. Locos felices a quienes la cordura no les traería más que la monotonía o la desdicha.
Uno se pregunta, cuando mira esas películas, esas obras de teatro que exhiben formas de la demencia tan cuerdas, tan inteligentes, por qué esos locos brillantes, injustamente encerrados, no son capaces de fingir en el momento apropiado el grado de sensatez que les permitiría recuperar la libertad. Nadie que trate con un psicótico real se hace esa pregunta absurda. Se ha roto el soporte de la memoria y todos los archivos están confundidos y mezclados. Nada se encuentra cuando se necesita, no hay programas que permitan extraer las respuestas apropiadas en el momento crítico.
Nunca más voy a poder ver o leer algo así sin que la indignación me suba desde las tripas en forma de naúsea"
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