Hace poco hubo otro domingo por la mañana así, de ricos gritos. Alysson se había ido a San Luis sin documentación y la pilló la migra. Menos mal que el conductor del autobús esperó dos horas. Todos sabemos que le puede ocurrir a una colombiana indocumentada en una comisaría de México. Y menos mal que me llegó el mensaje y enseguida le mandamos fotos de su pasaporte y su permiso de estancia. A todos nos daba mal fario aquel viaje de la niña díscola. Mil veces le dijimos que no fuera. Pero menuda es.
A Aly me la presento Malu la noche que actuó en La Morada, recuerdo exactamente que me dijo que volvería para quedarse. Yo estaba bien liada en la barra y sin embargo congelé aquel momento. No sabía entonces que era su cumpleaños y había decidido celebrarlo sola bajo el volcan. Un par de semanas despúes volvió y empezó otra fiesta. Trajo un saco de verdura recién cogida, lo dejó en la cocina y dijo: esto lo he comprado para todos. Luego nos fuimos a ver a Timoneki. Desde entonces convivimos con sus mil personajes: la niña que lloraba cuando la dejabas sóla y te ibas a leer, la borracha enfadada que gritaba "gonorrea", la voladora, la viajera, la farmaceutica, la tejedora, la madrugadora que prepara jugos extraños, la iniciadora, Alysson es una gran actriz, y yo ya tengo un collar para perseguirla por los teatros del mundo, me lo regaló Marta.
Pero de lo que estaba acordándome es de la mañana que volvió sin avisarnos. Era domingo y se oyeron gritos de monos, de aves, de tigres, de leones, de un gato que no era Max. El zoológico entero era Alysson ensayando, ni lo podíamos imaginar.
Ahora ya sé describir como me siento cuando conduzco. Como Alyssson cuando grita y da muchas vueltas.
El guacamayo de la foto también se enamoró de ella.
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