Puebla está diseñada para que cuando haya sol en una acera en la otra de la sombra, menos hoy, que está
diluviando. Su mapa es una malla perfecta: Norte, Sur, Oriente, Poniente. Conocer la ciudad es
conocer las intersecciones y sus redículas gremiales: la diez con la
cinco si buscas un cable, eso se llama “La plaza de la
computación”, por aquí, en la 3Sur, tenemos imprentas
y papelerías, pero hoy me he comprado un cuaderno en una de las
del centro, en la zona neta de las papelerías, no sé en qué
intersección, ni en qué contabilidad, ni en qué sueño, ni en qué
época. Nunca había visto tantas cosas juntas.
El chico que me ha
enseñado los cuadernos me ha dado un papelito con el número 44 cuando
he elegido el naranja, he ido con el número a la caja y me han dado
otro, el 16, con el que he pasado por paquetería para recogerlo. Las señoras, casi siempre mayores, que están en
paquetería viven de las propinas. Es una metáfora perfecta de la
situación laboral que perdura y se agrava en el Siglo XXI: hay más empleados que clientes porque apenas cobran. También hacemos cosas así de
inútiles, aunque más disimuladas, los pobres del norte. No hay
trabajo, pero hay necesidad de comer y ganas de esclavos. El hambre con las ganas de comer, que decía mi madre. Y
ya que nos remontamos a mujeres del siglo pasado hay que releer a
Simone Weil y a Hanna Arendt prediciendo con exactitud, hace cien
años, que esto iba a recrudecerse con la revolución tecnológica
que venía. O quizá habrá que volver a ver el capítulo en el que
pedalean los de Black Mirror para ganar un sueldo.
Pero volviendo a Puebla, parece mentira que fuera fundada
sesenta y un años antes de que naciera Descartes, que no
tuvo noticia de su existencia. Está situada entre volcanes, con la punta del cono económico en el Zocalo, y todo se mide por la distancia hasta ese axi
mundi. En el plano de la oficina de turismo no aparecen calles más allá de la 25, donde empiezan las líneas rojas, la frontera con el más allá. Afecta vivir en una ciudad
precartesiana. Hibridación de las matemáticas mayas y los afanes
colonialistas, me gusta imaginar, aunque sé que no, que colonialista sólo. Me pongo muy geométrica y muy pitagórica por aquí, donde veía objetos veo cuatros, nueves, sietes y cincos.
Por cierto, que donde los Salvadoreños dicen “mero” los mexicanos dicen “neto”. Ayer, en el autobús “cremita”, cuando volvía de la universidad, tuve un tremendo ataque de nostalgía salvadoreña. O quizá fue un inmejorable recuerdo de cuando tenía treinta años.
Siempre se tarda mucho en llegar, por
fin he comprado un cable nuevo, he pasado un mes de
delicadezas para que no hiciera contacto el cargador, que me desconectaba cuando quería. Una tensión que ha durado hasta esta mañana, cuando me disponía a escribir y de un tropezón lo he segado desde el cuello. Pese a la
perfección de la cuadrícula poblana logro perderme, hoy he tirado a la
3Norte por error y he descubierto los puestos de pescado. Mañana
cambiaré de botas.
Todo el mundo va muy abrigado, hasta
bufandas he visto. Me he pegado la mañana trasegando cuadrículas, cuando
arreciaba el agua me metía en alguna iglesia, me arrimaba a una plancha de chalupas o me reanimaba con el musicón desgarrado de una zapatería. Hace un día para pasar
la tarde en la cama viendo llover y leyendo los buenos libros del
Escarpa, también a eso he venido. O quizá vuelva a ver Dead Man. El otro día la tranquilidad de Juan Cruz Moctezuma, que me inició en el primer mezcal con gusano, me recordó al William
Blake de Jarmuch. Fumo mucho menos, compro los peores cigarrillos y los escondo en el cajón de la cocina. Además Mariana, la profesora de yoga, me colocó los hombros ayer, y aún no se han desencajado.
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