Lleva tres días lloviendo y ayer nos quedamos sin luz. La electricidad es el sistema nervioso de las casas y cada tanto tiempo colapsa.
Como en Huachinango, el pueblo de los electricistas que se queda a oscuras, nos pusimos a platicar. Mientras nos comíamos una papaya mirando llover, Mely me contó la agria experiencia de esa misma mañana. Había salido a correr al estadio cercano a su casa, no tenía el coche y para llegar tiene que atravesar una zona bien feya. Pero aún así se animó a ir, es consciente de que muchos años cubriendo feminicidios le han dejado secuelas, pero se quiere enfrentar al miedo, colocarlo de a poquitos y donde haga falta y no a guacalazos. En una de esas calles feas no había más que un hombre; unos cuarenta, canoso, bien vestido, y Mely empezó a tener miedo. Tuvo mala suerte estadística, el hombre, como el ¿cincuenta, sesenta, setenta, ochenta por ciento? hubiera hecho, la acosó con un gesto y le dijo una grosería. ¡Qué cantidad enorme de malestar, de miedo acumulado! ¡Sabran lo que provocan!
Diz que es electricista el señor que cuida el garaje de la puerta de al lado, al menos es electricista uno de los dos, porque son gemelos idénticos y trabajan en el mismo sitio. Sospechamos que ayer nos tocó el hermano que no era. De nada sirvieron nuestras sagaces hipótesis sobre donde se ocultaba el corto circuito. Diagnosticó que nos habían cortado la luz, y no era así, para ocultar que no era el hermano electricista.
Me he acordado de cuando la lluvia decidía dar fiesta a los agricultores y ese día se llenaba a deshoras el bar de mis padres. Sin luz no hay quién haga un periódico. A las cuatro o por ahí todos se han ido a casa y poco después ya he tenido que empezar a encender velas, que como decía, al menos una vez a la semana me parecen balsámicas.
Por fin esta mañana ha arreglado el entuerto un electricista capáz de interpretar este galimatías, Primitivo.
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