Se me agolpan las tareas y se me acumulan las comidas, yo cocino europeo, anoche nos tocó Mousaka, y la gente de Lado B , un periódico que tiene la oficina en la casa, me enseña a comer en poblano; semitas, tortillas diversas, chiles de todos los colores, agua de tamarindo, quesos y quesillos. Gracias a ellos me desconcierto menos en los mercados. ¿Por dónde hay que empezarse una ciudad? Siempre por los mercados.
Pero Puebla parece un pueblo; Pablo, nuestro compi, se cruzó conmigo ayer tres veces. Intentó orientarme pero no me dejé: "darse perdiditas" esa es la vaina. Se debería limitar el tamaño de las ciudades teniendo en cuenta las posibilidades de encuentro. En las que tienen más de quinientosmil se produce un fenómeno observable: cuando se quiere ver a una persona pasan años sin encontrarla, cuando no se quiere ver a otra aparece un día tras otro por todas las esquinas.
En la rica perdidita encontré una tienda de maletas llamada "El cielo" y un "Internet Cielito". Luego una señora me recomendó que abrazara el bolso como si lo amase. Ya no recordaba que caminar en América Latina es otra onda, hay que mirar mucho al suelo, los que venimos del asfalto liso no paramos de tropezar.
Esa cajita de bombones roja es nuestro comedor, en la casa vivimos Gonzalo, Pablo, amigo de grandes amigos, Juan, nuestro méxicano listo y yo. Tenemos semana de degustación, hoy la France: crepes de setas.
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