En el del teléfono son las cuatro y
veinte, en el del ordenador las ocho y veinticinco, en la cocina la
una menos diez. Y no es la primera vez que me sucede:
-¡para ya, Alicia!
Es lo primero que se me ocurre decir.
Después me veo a mí misma comiéndome una manzana y mirando absorta el espectáculo más desincronizado del mundo: el escaparate de una relojería, (en una calle muy estrecha, con un
abrigo muy largo, a los quince).
Diez minutos después, ahora, a las cuatro y media, las nueve menos veinticinco y la una en punto, por fin he vuelvo a tener una certeza.
Dibujar un laberinto y su salida con la
línea del tiempo: eso es escribir un relato.
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