Sigo con el firme propósito de empezar bien las semanas, ayer me fui a Antígona con un estupendísimo alumno y, como han puesto un bar con terraza en la mera mera puerta imantada, cada poquito me volvía a jalar el laberinto. Es rico interrumpir la conversación para salir pitando a buscar a viejos conocidos y presentárselos a David. Pocos momentos tan placenteros como esos en los que la bibliografía se pone en danza y se abren las fauces y la memoria.
Vivo en vilo desde que el maestro, que vino a comer el domingo, me trajo "Místicos y heterodoxos" de Jaime D. Parra. Un festín. Me esperan los últimos artículos de la Duras, inmejorables, El Manicomio de Mauricio Medo sigue abierto y es libro que merecería un retiro. Para terminar de arreglarlo me traje ayer "La antorcha" de Karl Kraus.
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