martes, 1 de septiembre de 2015

Vivimos en el centro de un polvorín




Esa frase se decía tanto que ya no significaba nada, sólo servía para comenzar una de esas conversaciones que se rezaban a la fresca cuando ya no había de qué hablar.

-La pirotécnica, el butano, la campsa, la base militar americana y los militares en el castellar: nada si se enzarzan a explotar en cadena.

Decía uno

-Pero la gasolina arde, no explota

Replicaba otro. Para tranquilizar.

Mi madre contaba como una gran peripecia de su infancia que los desalojaron porque se había escapado un misil de la base américana, los mandaron a dormir al río y pasó la noche jugando al escondite. Mi primera experiencia directa con explosivos fue a los nueve años, también por la pirotécnia, todavía veo moverse la lámpara y las paredes de la habitación de la abuela, luego, a los trece, estalló el butano, que puso la cocina naranja y mató a mucha gente conocida, y a los veinte o por ahí la petroquímica de Tarragona, donde estaba de visita. En aquella ocasión me sentía una experta, las calles estaban abarrotadas, todo el mundo corría, pero yo tenía la tonta certeza de que la cosa no iba a pasar a mayores, convencí a los que me acompañaban y nos sentamos en un bordillo a mirar aquel río de gente asustada. Menos mal que atiné.

En ese trocito de la ribera, en los pueblos que rodean al mío, tenemos acostumbrada la oreja a las bombas ; El Castellar es un campo de maniobras militares y allí todos los días juegan nuestros soldaditos a la guerra. Hace muchos años un amigo que estaba fuera compró por la mañana El País y encontró en la portada un obús entrando por la ventana de su habitación. Menos mal que se cruzó ese edificio en la trayectoria, si no lo hubiera parado el misil hubiera llegado hasta la piscina en hora punta.

Algo me sorprendió ayer cuando me enteré de la noticia de esta última explosión, cada periódico atribuía un término municipal a la pirotécnica al principio, y es que las ondas expansivas no admiten linderos, da igual que esté en Casetas, en Garrapinillos, en Utebo o en Pinseque. 

Volveremos a olvidar el riesgo, es la única manera de vivir en medio de un polvorín.


Mis condolencias a las familias.

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