En general me reconfortan los errores,
sin ellos todo es idéntico: ayer apareció esa concha en una lata de
berberechos y me puso buen humor. Me sentí como si recibiera un
regalo, una minucia importante que tengo que guardar.
Entre el jazmín del porche encontré
un nido, casi todos los años encuentro uno, a la altura de la mano y dentro de la casa. Siempre me parece un milagro, pero mucho más desde que el señor Bachelard me llevó de
viaje al origen explicándome un nido.
Hay que tener tensa la cuerdita de la
espera, hacer malabarismos para que tire de ti cuando lo necesitas.
Ya empiezan a salir las raices de las estacas, estoy en el momento
más emocionante, parece que sí pero puede ser que no. Aunque
Benjamín desaconseja plantar árboles después de que muera tu madre desde anteayer estoy poniendo a germinar las semillas de cada mango que me como.
Además de disfrutar esta accidental acumulación de símbolos he vuelto a cumplir con mis
obligaciones inmediatas, menuda es Inés. Me parece descomunal y apasionante el lío de la literatura con el periodismo.
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