viernes, 17 de julio de 2015

Me hablan mucho de mi madre, y se agradece.


Me acabo de encontrar con Merche, la queridísima panadera que nunca tiene tiempo, pero ni falta que le hace para comunicarse rebien.
-Una vez me dijo Adelina París que el noventa por cierto de la gente estaba ciega, que no ven más allá de sus narices, desde entonces me dedico a comprobarlo. Cuando llegaba Arsenia la panadería se iluminaba, Marta, tuviste una madre serena, discreta, divertida, inteligente, y hablas igual que ella.
Dice, y me cuenta las últimas conversaciones que sostuvieron.
Luego ha llamado Elisa:
-Si vieras lo que me ha pasado. Oigo el timbre, no sé si de verdad o en sueños, a las ocho de la mañana y digo “ya bajo tía, qué tempranera”. Y hasta mitad de la escalera no me he dado cuenta. Cómo es la cabeza, me he quedado sobrecogida.
El miércoles tuve el privilegio de cenar con los Fuertes. Gracias Miguel, sentirse elegido es que te levanten del polvo que a todos nos conforma o algo así decía Max Aub. Ha sido un felicisimo reencuentro con Blanca, no me dio tiempo a contarle que les puse su cara a las rubias de un par de novelas, a Clarisse por ejemplo, en aquella lejana época de nuestras pirolas. Suculento convite con  mujeres, maridos, cuñadas,hijos y novios de los hijos después de treinta años sin vernos. Pocas veces se tiene el privilegio de compartir con una familia extensa y armónica.
Y cuando terminó la cena me dijo la hermana de Miguel y de Blanca, Piedad.
-Qué culta era tu madre, se notaba su conocimiento desde la otra acera.

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