Tuve que volver antes, pero estuvo muy bien dejarlo en un momento tan álgido.
Entre el público Pepe Múrciego, Begoña, la Santón, Pedro, Nacho, Andrelo al principio, Luis Mancha...y en el escenario el quinteto con el que más he disfrutado de la agudeza verbal durante los últimos años (aunque con Fiorilli no había coíncidido, él dice que una vez, pero lo citan tanto...)
Apoyado en el espejo, como procede, el filósofo de la familia; Arturo Martinez, ahora Arturo Martí, con quien he compartido desayunos tan fructíferos. Él me presentó a Simone Weil y ahora está escribiendo una tesis sobre Gastón Bachelard; ricas neurosis las de Arturo, delicatesen compartirlas aunque sea un poquito. El viernes me regaló uno de los más tiernos y mejor explicados y más reconfortantes pésames que he recibido.
Con sombrero y en la esquina, el caballero Urceloy, que nos regala sus poemas hondos y sus sonétos satíricos, bien dichos, rotundos de dolor o de gracia, en el escenario y en la puerta de la calle, con prodigalidad. Jesús, de quién siempre te quedas con ganas, pero la noche va rápidita y faltan muchos amigos con los que hablar y de los que hablar.
(Antonio Rómar de mis amores que me estás leyendo y me hace tanta ilusión). Antonio te pone los huesos en su sitio a puritito abrazo mientras platicas y luego te desencaja la mandíbula a carcajadas. Además con Antonio compartimos oficio y eso hace que tengamos muchas citas pendientes.
Del gachupín indeciso que nos congrega no voy a declarar nada hasta más tarde, bueno sí, ¡que me gustaría que se viese desde fuera con su quinteto!
Y cuando iba por fin a tratar a Sebastian, y ya salía hacia El Escorial para ver a Joselín y a Carles Santos, me tuve que volver. Pero ni falta que hace hablar mucho con él después de escuchar sus poemas.
La reunión fue disuelta cuando nos cayó una bolsa de agua. Hay cosas que se me olvidan de Madrid.
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