Ésta mañana me he dado
cuenta de que ya me habían llegado al balcón los pimenteros. Hay
amigos a los que apenas ves y que te cuidan una barbaridad
-Mira por el balcón a
ver si te han puesto una palmera.
-Han puesto una palmera,
pero no a mí.
-Que sí tonta. Les
habían regalado la palmera y me ha llamado Antonio preguntando donde vivías para ponertela en la puerta
Y ha ido creciendo enfrente un jardín flotante que al sol y con Lezama se deja pasear.
Y ha ido creciendo enfrente un jardín flotante que al sol y con Lezama se deja pasear.
Himno para la luz nuestra
De la inteligencia de la misa
a los placeres de la mesa,
el rayo vital no cesa
de engrandecerse con la vista.
Aunque el oído me da la fe,
la visión como un mastín rastrea
lo que el Arcángel flamea
en el punto donde no se ve.
Hay un perro que escarba quieto
el pozo donde el mendigo destella
la paloma, su buche secreto
rueda la mano de una estrella.
La música divide las hojas,
el otoño condecora al organillero.
De pronto, el hormiguero
sonríe, para que escojas.
La encina se encinta de penas,
los ecos en el bisonte y su mugido.
Las fiestas del sin sentido
estallan el acordeón, cruz de arena.
No araño una piel blandida
por el humo de escala secreta.
La piel quiere ser recorrida
por un humo y por una lanceta.
Apolo disuelto como un terrón,
ante la luz de difícil ombligo.
Huera metamorfosis de lirón,
Venus, en su otoño enemigo.
El joven luz, Apolo justo,
separa la hoja de la playa
de la tortuga que no raya
la meta del tiempo. Qué buen gusto.
magnífico paladar que se apoya
en la hoja que va a su desgaire,
Plumón y cierzo Don Aire
peina al revés la corriente que ignora.
El mercado dice la primera ley,
que la lluvia divida y escape.
Allí también el loco maguey,
ojo del diablo en su sarape.
El chillido del loro viejo
y el nacimiento de la alondra.
El mejor curador de pellejo
y el que vuela sobre una alfombra.
Diamante de los ciervos de antaño,
oculto su desliz en el espejo.
Cucaña del arbol añejo,
en la costumbre del espejo me araño.
Pero la luz descubriendo su rostro
y el agua consagrando su estatua.
Las cenizas que afloran al agua
reavivan al centenario Cagliostro.
Hay un cielo que no crepita,
cuando concurre a la siesta
en guirnaldas. Abre la espita,
acolcha la toronja su ascua.
Redondo amarillo que irisa,
fiesta del oro que estalla.
En el entreacto, la repisa
diseña el mantel tempestuoso.
No voy al oro final del bosque,
no escucho el trueque de guedejas.
Cierren el conciliábulo del preboste,
encadenen al puerto de Ostia.
Oculten la sortija del pez retornante,
destruyan el filtro que estraña
los extremos.Alejen a la guardia
del infante a la casona del este.
El dios mayor, armado todo
de metal, de lluvia y de semilla
hasta que la insolencia de las estaciones
rompió en risa la luz temprana.
Si el metal no toca la despierta;
si el cantante no extiende el mantel
para las lluvias; si la semilla
no es raptada por la manta profunda,
va una espuela a su herrumbre mortecina;
va la lluvia como llanto a la grupa
del caballo de cirso, y la semilla
se deshace en el caño azucarado.
El halo del canónigo de la trucha
hiere la uva del poniente
Diga la luz que nos escucha
la compañía del astro sonriente.
Ya que el espejo de Apolo no interpreta
el que servía a la luz, trayecto
en la luna, desdeñando el metal que reta
al rayo, a su ceguera fue devuelto.
Amargo fue, su ondulanción extraña,
medir la luz en su balanza,
ser y ser lo que no se alzanza,
resplandecer y ser huraña.
El murciélago que labia el fuego,
desdeñoso humeó en su gruta,
borrada del poliedro de la fruta
la oscura pulpa que nos ruega.
El secreto del castigado desdobla
el mando: sopla la boca
sobre la tierra cocida del barbero,
que desgarró las presunciones de la tiara,
ocultar las arrugas del armado
infiel, pámpano de napeas,
cuyo traspiés al ritmo de Apolo
lástimas son del oído mal juntado.
Órficas se consagraron las dos lunas
tocar y la dorada muerte del jabato,
cuando busca en los muslos la ciega orilla,
cuando la primera noche esparcen los colmillos.
Nos molestaba el quinto día de la luna,
la sabiduría sin poseer ni ser poseida,
cuando Júpiter movio el casco con la testa,
robusto acostumbrado al abrazo de los árboles.
Su piel sin tregua en el trineo,
las fichas salían del árbol al fuego,
armado todo, romper el círculo
fue lección al despertar venidero.
Apalear la serpiente al parimiento,
cuando los muertos son las ranas.
Délfica también la luz al templo
asciende, yerba de la herrería divinal.
Pero la luz igual bajó al hombre,
se encerraba en las zamarras barbiluna,
en el cántaro sin aguas, una
señal tejida se decidió a ser nombre.
Con su cítara penetraba las ovejas dormidas,
se le rendían los cielos en su potestad superior,
la músicas total en las proporciones escindidas
y el ritmo del gusano arador.
El arpa del niño y enfrente las barbas de oro,
en el templo la imagen del dios con estambres de abejas.
El pastor establece el ganado sonoro,
los métricos deseos y las guerreras quejas.
Cambia de nombre, pero no de progresión,
nuevo engendro del gusano y la plácida araña.
La arena reseca en fiebre el cordaje del son
y en el caracol se hace música y se daña.
Febo, efebo, Fos; que era del linaje del fuego,
y las respuestas para un tridente cruel y locuaz,
Dadnos la tierra que interpreta, es el ruego
de la saeta, de la semilla y del demonio rapáz.
Ocasiona muros, rapta el número que respira,
baña cada guerrero en su escudo agujereado.
Hay en la conducción secreta del fulgor de la ira,
los órficos compases del carbón preñado.
Luz junto a lo infuso, luz con el daimon,
para descibrar la sangre y la noche de las empalizadas.
Las tiras de la piel ya están golpeadas,
y ahora, clavad la luz en la cruz de la Pasión.
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