El espacio y la infancia,
qué gran tema. A aquellas escuelas tan bajitas parece que les habían
salido unos hijos muy altos, las aulas de ladrillo rojo y techo bajo dejan
más recuerdos. Cruzando el recreo estaba el edificio de dos pisos
donde habíamos hecho preescolar, que entonces se llamaba párvulos, y
detrás estaban “los pinos”: un territorio prohibido para que no
pisásemos unos esquejes que nunca crecieron. Para
nosotros aquel era el rincón del riesgo y, por lo tanto, el de la
intimidad. Si alguien te proponía ir a los pinos es que te ajuntaba
tanto que quería transgredir contigo.
Tuvimos unos proferoses
mero raros todo el rato, pero es que el ser humano es raro y lo ha
sido siempre. Doña Trini nos daba los exámenes para pasarlos a
limpio en casa, Doña Ángela se dormía y nos decía que nos
quedásemos allí, que no saliésemos, que el mundo era una mierda,
Doña María Luisa estaba obsesionada con las pelas y un cerdito y
aún me estoy preguntando por qué los que perdían tenían que besar
la bandera en la clase de Don Agustín ¿no es al revés?
Sus clases se organizaban con dos filas, una de chicos y otra de
chicas, había dos niveles de competición, dentro del grupo y contra
el otro, las preguntas las preparábamos nosotros. Teníamos nueve
años y Davila y yo hacíamos un poco de trampa, ahora ya se puede
contar, no era por competir, era porque nos entusiasmaban las láminas
de cuadros del Aristos.
Algunos días me doy
cuenta de que sigo haciendo lo mismo, elegir preguntas y buscar
imágenes.
Davila desapareció
cuando teníamos nueve años y esta mañana ha vuelto a reaparecer. Esa reunión de los que íbamos a la escuela y cumplimos cincuenta me
va a devolver, estoy segura, muchas imágenes perdidas.
1 comentario:
Tienes una cabeza llena de detalles.
Hacía días que no te leía, qué despiste llevo...
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